Cuando Jaime Rodríguez Calderón, “El Bronco”, aparece en pantalla se muestra abierto y audaz ante las cámaras y micrófonos. Denuncia los excesos de los partidos, de la prensa y del gobierno por igual. Es tan misógino como el propio Layín, pero a diferencia de éste no cae en la vulgaridad.
El “vulgar” era una lengua que se fue separando del latín durante el Imperio Romano por el propio rechazo que sufrieron las clases bajas por parte de los hombres notables del régimen, hombres cultos y, posteriormente, por la reservación que se hizo el clero de esta lengua. Un superfino lenguaje eclesiástico para efectuar ceremonias religiosas que aún se llevan a cabo en muchos actos solemnes.
Corría la edad media cuando las capas de la población más pobres eran conocidas en términos despectivos como “El Vulgo”, “la chusma” que no entendía de los menesteres oficiales. Ahora han sido los propios literatos quienes le han conferido a esta palabra un término neutro o inclusive favorable, refiriéndose a éste como “la muchedumbre”, “la plebe”, “el pueblo”, “las masas”.
El vulgo sigue a Layín porque les habla con palabras familiares. No les perturba que mienta la madre o mande a la chingada a uno que otro político de oficio. Y como el lenguaje no atañe exclusivamente al habla, sino a la comunicación corporal, tal como se dice que surgió al principio de la humanidad, pues la empatía con el alcalde costeño por parte de “la plebe” se amplía cuando éste baila borracho sobre la mesa, anda con la camisa desabotonada o le sube la falda a una jovencita.
Lo anterior evidentemente no le cae bien a quienes no son del vulgo. Los periodistas o los locutores de radio que crecieron en pañales de seda, hablando el español refinado. Estudiando la gramática y la dialéctica. La semántica y el vocabulario profundo. Se trata de un choque clasista; pero sobre todo ideológico, teniendo presente la relevancia del caso: nada menos que la ostentación del poder político desde la gubernatura.
“No, eso sería una vergüenza mundial para Nayarit”, dicen muchos. Pero no por lo vernáculo de este singular personaje, sino por la pobreza de ideas.
Al vulgo de la antigüedad jamás se le permitió ahondar en la iluminación de los libros y las escuelas. Layín es vulgar porque quiere, tal vez hasta porque le conviene. Tonto no es, le falta ilustrarse.
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