Con desgano, tomé el control de mi Samsung para ver si encontraba algún programa bueno en la tele. Tenía la esperanza de que se estuviera transmitiendo un partido de fútbol. No tuve suerte.
Me detuve unos momentos en el canal 18, donde se transmitía en ese instante “Miembros al Aire”. El Burro Van Rankin, Raúl Araiza, Mauricio Mancera, Mauricio Garza y Leonardo García dialogaban acerca de los beneficios que produce la risa. El tema atrajo mi atención. Ya no me moví de ahí.
Decía El Negro Araiza que la risa es una fuerza tan transformadora que con ella se estimulan más de 400 músculos del cuerpo. “Si cambias tu tristeza por celebración, entonces también serás capaz de cambiar tu muerte por resurrección”, apuntó.
Lo anterior me hizo recordar el caso de los tres místicos hindúes. Nadie sabía sus nombres. Se los conocía sólo como Los Tres Santos Guasones, porque nunca hacían ninguna otra cosa, solamente reían. Solían ir de una ciudad a otra, pararse en el mercado y largarse una buena carcajada visceral.
Estas tres personas eran realmente hermosas, riendo y con sus vientres agitándose. Era como un contagio, todo el mercado comenzaba a reír…
Durante unos pocos segundos un nuevo mundo se abría. Viajaban por toda India sólo ayudando a que la gente se riera. Gente triste, gente enojada, gente codiciosa, gente celosa: todos comenzaban a reír con ellos. Y mucha gente captó la clave: podemos transformarnos.
Sucedió entonces, en un pueblo, que falleció uno de los tres. Los pobladores dijeron: “Ahora habrá problemas. Su amigo ha muerto y deben llorarlo”, pero los dos estaban bailando, riendo y celebrando la muerte. La gente del pueblo dijo: “Esto es demasiado. Estos no son modales. Cuando muere un hombre es profano reír y bailar”.
Entonces, los dos hombres dijeron:
- No saben lo que ha sucedido. Nosotros pensábamos quién de los tres moriría primero. Este hombre ha ganado, estamos derrotados. Nos reímos con él toda la vida ¿cómo podríamos despedirlo de otra manera? Debemos reír, debemos disfrutar, debemos celebrar. Esta es la única despedida posible para un hombre que ha reído toda su vida. Y si no reímos, él se reirá de nosotros y pensará: ¡Tontos! ¿De modo que de nuevo han caído en la trampa?
- No pensamos que esté muerto. ¿Cómo puede morir la risa, cómo puede morir la vida? Luego debían incinerar el cuerpo y la gente del pueblo dijo: “Lo bañaremos como lo prescribe el ritual”.
Pero aquellos dos amigos dijeron:
- No, nuestro amigo ha dicho que no hagamos ningún ritual y no cambiemos su ropa ni lo bañemos. Sólo que lo pongamos como está en el horno crematorio; por lo tanto, tenemos que seguir sus instrucciones.
Y entonces, de pronto, sucedió algo muy importante. Cuando el cuerpo fue colocado sobre el horno, ese anciano hombre hizo su último truco. Había escondido muchos fuegos de artificio debajo de sus ropas, ¡y todo se transformó en fiesta!
Entonces el pueblo entero comenzó a bailar. No era la muerte, era la nueva vida, una resurrección.
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