Luego de haber presenciado el debate entre los candidatos al gobierno del estado, el lunes, regresamos a Ahuacatlán. Llegué cansado. Por eso me recosté en mi camastro y encendí el televisor.
No recuerdo qué canal era, pero miré un documental sobre las especies extrañas en la flora del mundo. En eso proyectaron un reportaje del Secoya – también llamada Secuoya –.
Secoya, decían los investigadores, es el árbol que crece más alto en el mundo. Su altura va desde los 80 metros hasta los 100 metros y más y se le puede encontrar en el centro y sur de la Sierra Nevada de California.
El investigador aseguraba que, a pesar de sus dimensiones gigantescas, las raíces de esos árboles apenas penetraban la tierra.
Aquí fue en donde el especialista explicó la “necesidad” ordinaria de que las raíces de los árboles sean profundas, para que, al crecer en las crestas de las montañas, las tormentas y los vientos fuertes no los derribaran. “Pero, no es así en el caso de las Secuoyas” – insistió el científico –. ¿En dónde está el secreto de las Secuoyas?
Estos árboles tienen una virtud – señaló el académico –, crecen siempre en grupos y sus raíces aunque poco profundas, bajo la superficie se van enredando hasta formar un tejido subterráneo unas con otras, de manera que cuando sopla el viento fuerte se sostienen de pie y una va sosteniendo a las otras.
Así como sucede con esos árboles que ya me tocó conocer en una ocasión que visité California, de la misma manera pasa con las personas.
Cuando una familia o un grupo de personas viven muy unidos ayudándose, comprendiéndose, dialogando y perdonándose, pueden venir dificultades muy fuertes que se comparan a vientos huracanados y sin embargo se sostienen en pie y no se derrumban.
Nuestras familias deberán aprender a vivir así, sobre todo con la ayuda de Dios.
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