Es una premisa de divisas millonarias eso de los pueblos mágicos. Luego tiende a convertirse en epidemia, en peste. Y lo de menos es el ridículo engaño, que en la realidad prácticamente a nadie beneficia de no ser las mismas camarillas de los burocráticos de arriba.
Por todos lados del país se extienden solicitudes y gestiones. ¿Las banderas? El trabajo, la derrama económica; y en el más ingenuo de los casos un orgulloso mitote callejero.
Jala Ixtlán y Ahuacatlán, en mayor y menor medida, no pudieron sustraerse a ese canto de sirena. Los primeros dos ya tienen sus letritas de colores, valuadas en miles y miles de pesos cada una. El último todavía no, quizás porque son muchas, quizás porque los gestores y las administraciones viven esclerosados. Cierto que las maxiletras ya están plantadas en el cráter del volcán, pero ¿quién invirtió su dinero en tan maquinal empresa? ¿El pueblo, el ejido? Pues claro que no, la inversión terminará restringiendo, más tarde que temprano el acceso a las fumarolas en una perversa variante de privatización anunciada. No conformes con El Tempizque que arde cada año, harán un basurero del volcán. No conformes con la histeria citadina del Ixtlán, la llevarán hasta los recodos del gigante inocente, espantando la fauna que ahí vive.
Se preocupan por la arquitectura del pueblo, sus calles y caminos “reales” de la mano con el INAH y desde luego luce en el catálogo del patrimonio de Nayarit la casa de los Partida, la casa de las Delgado etcétera; no así la del prieto Crispin en el barrio del Chiquilichi, o la de Güisky en El Salto, donde se rumora en esa otredad histórica que ahí creció P. Sánchez. La ambición por conservar la arquitectura colonialista; el trato cortés y servicial con el turista, solo por el hecho de traer dinero; la tradición dogmática elevada al grado de esencial raíz; y hasta los amaneramientos… no son otra cosa más que un signo de apocamiento y humillación consumada.
Así, todos los proyectos desde Real del Monte hasta Ixtlán del Río y venideros hubieron de sufrir un merecido colapso; empezando por la vox populi que declara de boca en boca a estos pueblos como “pueblo trágico”. Y no es para menos. Porque aquí aplauden que el maíz se siga sembrando en coamiles todavía, con técnicas hechizas, congeladas en el tiempo, a base de azadón y machete, de pezuña y de huarache; mientras los monopolios de las tierras más fértiles siguen siendo propiedad de los neoterratenientes (caso Romero) o se han convertido en franquicias de grandes capitales (caso de los invernaderos) que a la par del trabajo mal pagado, pésima simulación de limosna, traen enfermedades crónico degenerativas por el manejo de los químicos que a nadie que no sean los trabajadores en carne propia, le da por comprobar.
Allá, en otras mágicas latitudes, aplauden la oscuridad de las minas; cuando la tasa de desempleados sigue creciendo a pesar de los cientos de trabajos (siempre temporales) promocionados en los informes de Tv. Y saludan al mundo con su riqueza mineral que en las postrimerías de la modernidad terminaron siendo foros de telenovelas, comerciales de la SEDENA, o en mayor escala un staff para películas hollywoodenses. Mientras las medicinas en los hospitales de los pueblos vecinos se reducen con frecuencia a una caja de zapatos que funge como botiquín sin gasas y a un tabernáculo consultorio sin doctor de noche ni fines de semana. Eso sí, con su veladora de San Juditas a la entrada, prendida siempre… ya qué.
Pero, ¿quiénes son los promotores de los pueblos mágicos?… en su mayoría comerciantes de cierto prestigio provinciano que quieren retacar su avaricia como si fuera la gran visión liberadora; o los menos, algún pobre changarrero lampareado con su propio candor. En alianza con pensionados que vegetan de su jubilación, ya sin vitalidad y sin instinto para luchar por el alimento… y ya no teniendo otra cosa que hacer, amaestrados, domesticados, se ocupan en jugarle al gestor “progresista” para no convertirse en momias resumidas al fondo del salitre de sus casas, o bien para no matar zancudos el resto que queda de las tardes otoñales.
También los hay vividores de profesión cuyo estilo de vida es estar a la cacería de recursos federales o particulares; buitres que solo se aparecen a la hora de la cosecha. Fatuos obesos que no desquitan ni el buche de agua que se tragan bajo el sol, jugándole al supervisor de los intereses. Buenos para hartarse de esquites y tejuino, de tostadas y tamales. De pinole porque tienen mucha saliva en su discurso. Casos hay varios, que trabajan incluso para una fundación de Bill Gates y cuya finalidad “underground” en estas tierras es hacer acopio de semillas nativas para tener un banco con el cual hacerle frente nada más ni nada menos que a Monsanto… ahí residen todos los poderes de su sortilegio; ahí tienen su magia tantos y tantos pueblos. Juego macabro designado por la época de la “libre competencia, el neoprogreso etc”: con melón o con sandia (Monsanto o Bill Gates). Entre el blanco y el negro un solo color puede resultar, gris.
Todos ellos encaminan las almas al infierno de la producción agraria y de servicios. Siempre prestos a subirse al carro del turismo; como dispuestos están, sin rubor alguno, a saltar sobre el carro de la privatización de las tierras y el agua y todo lugar. Así construyen su pueblo mágico, pintoresco, con paisajes de postal… que no son otra cosa sino prótesis y ortopedia de un monstruoso Frankenstein que nadie puede ya parar. Pero nosotros no estamos de paso, no somos turistas de la vida. Nosotros, los jornaleros, los campesinos sin tierra, no sobrevivimos aferrándonos al pasado… tenemos, sí, una memoria histórica en nuestros genes. Por eso no olvidamos que hace poco más de cien años, cuando el promedio de vida en las minas era de 13 años y en las haciendas de 15; cacareaban y aplaudían el progreso embadurnado de urbanización: charcos de chapopote, masas de concreto y monumentos eran su signo por doquier. Ahora que ello se les transformó en despótico arrabal, donde a diario en vecindad conviven el policía y el ladrón; en marginalidad descarnada y basurero de todos; en testaferro que con justicia de indigente niega todo orden y progreso… ahora, nos traen el pan y el circo envueltos en monserga de un misticismo sintético y retrograda, como si de unos imbéciles se tratara.
Sus pueblos serán mágicos en el centro pero en la periferia donde viven la inmensa mayoría de quienes los sostienen, las cosas seguirán igual… ahí seguirá llegando la comida podrida, caducada; luego de haberse vencido en los grandes centros comerciales o en las tiendas de las plazas. Ahí seguirán los servicios deplorables, abonando a cuenta; que lo mismo tendrán que pagar el profesionista que el desempleado, si es que quieren mantener el lujo de la telecomunicación.
No se cultiva la tierra para presumir un guines internacional del elote más grande du monde que ladie Vergoglia desplazará con la facilidad de un escándalo snob cada 24 horas. Ni se investiga en términos prehispánicos para que el turista venga a treparse a una pirámide, haciendo banales pasquines y ñudos de perro con el cuerpo para cargarse de energía y regresar a casa a seguir reproduciendo la misma sistemática miseria.
Por nuestra parte se cultiva para ver crecer y florecer, para cosechar y comer; pues el hambre sigue imperando a más de quinientos años de colonización. Se estudia para saber, no para funcionar en las cadenas productivas de la industria; y se investiga para llamar a una conciencia con la capacidad de intervenir en las decisiones de vital importancia; pues la ignorancia sigue siendo administrada de distintas maneras por un imperio de lacayos del dinero que se dedican a rumiar la tragicomedia de los llamados pueblos mágicos.
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