Para doblegar a sus enemigos, don Jesús Avilez recurría a un recurso infalible: la rudeza; sin embargo, esa hosquedad se esfumaba en su trato con los humildes. Siempre lo consideré un hombre humanista. Trataba de ayudar al desvalido, al necesitado.
Es cierto; manejaba grandes cantidades de dinero y era dueño de muchas propiedades, pero jamás le negó el apoyo a quienes recurrían a él para resolver algún problema de carácter económico.
Cuando me invitó a hacerme cargo de la Gerencia del Hotel Corita, supo de mi condición humilde. Por eso no tuvo ningún empacho en proporcionarme, así, de buenas a primeras ¡Cinco mil pesos! de aquel entonces; cantidad suficiente para comprarme cinco o seis trajes, algunos cuatro o cinco pares de zapatos, corbatas, etcétera.
Juntos, fuimos a la sucursal de Banamex que se ubica en la esquina de la avenida México y Zapata, en Tepic. “Toma –me dijo– mientras me entregaba un fajo de billetes; quiero que vayas a Fábricas de Francia y te compres todo lo que ocupes para que estés bien presentable”.
Nunca en mi vida había tenido entre mis manos tanto dinero junto. Mis mejores atuendos provenían del tianguis sabatino de Ahuacatlán. Pantalones y camisas de segunda mano y cuando mucho un pinche par de zapatos, de esos que venden en oferta.
El señor Avilez siempre quiso que usara trajes, pantalones, sacos y corbatas de buena marca. Dinero había suficiente; sin embargo, nunca he sido partidario de las vestimentas ostentosas. Más bien me inclino por vestir lo más sencillo posible; preferentemente de camiseta y huarache. Las críticas no me importan.
Por eso, cuando me entregó el dinero, me dirigí de todos modos a Fábricas de Francia; pero en lugar de comprar los trajes, opté por adquirir seis o siete “Coordinados” –camisa y pantalón del mismo color y material–. No era un atuendo “de caché”, pero al menos así estaría más presentable en la Silla Gerencial.
El dinero sobrante lo deposité en la “Caja Chica” del Hotel, pese a los reclamos de mi esposa y de dos o tres empleados, quienes me sugirieron “en confianza” que mejor lo utilizara en los gastos de familia; pero yo lo rechacé.
Mi patrón, insisto, era una persona dadivosa… En una ocasión llegó un grupo de estudiantes; no recuerdo bien si eran del CETIS o del CBTIS de Puga. Una de las jovencitas le solicitó “un apoyo” para su graduación, encontrando una respuesta positiva al momento. Regresaron a su escuela con un cheque por la cantidad de cinco mil pesos. Yo mismo se los entregué, haciendo uso del dinero existente en Banca Promex.
No le pesaba desprenderse del dinero. Tenía varias cuentas bancarias y muchas propiedades, como señalé al principio. Ranchos por todas partes, más de dos decenas de departamentos en Phoenix, Arizona, restaurantes, vinaterías y en fin: Decían incluso que era dueño de una avioneta que sobrevolaba en tierras fronterizas.
Igual de dadivoso o más, era Rafael Caro Quintero y muchos otros de los que solían acudir con él al hotel. Uno de ellos, por ejemplo, me regaló un reloj de oro, el cual por cierto desapareció repentinamente de la habitación 101, donde me hospedé permanentemente durante el tiempo que trabajé para ese hotel.
Al menos en tres ocasiones, don Jesús me suplicó que comprara una casa y un vehículo, a cargo del hotel. Me otorgó su autorización para hacerme de esos bienes. Sin embargo siempre rechacé sus ofertas; por dignidad, por recato y quizás hasta por miedo.
Para construir la Discotek “Volare”, anexa al mismo hotel, don Jesús Avilez Palma utilizó muchos miles de pesos. El diseño corrió a cargo del Arquitecto Valencia, un hombre de sumo respetable y amable en toda la extensión de la palabra.
Era una “Disco” de exclusividad a la que solo tenían acceso los que tenían membrecía, jóvenes pudientes la mayoría, hijos de “papi y mami”. Este otro “negocio” lamentablemente no prosperó; pero en cambio “El Pollo Afamado” –venta de pollos asados– que también se estableció en un local anexo al hotel, tuvo mucha aceptación, generando grandes ganancias… Solo que de eso y otras cosas escribiré en otra ocasión.
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