IXTLÁN DEL RÍO.― Cociéndose de coraje, un conocido sujeto de irreprochable conducta y buena moral oriundo y vecino de la Meseta de Juanacatlán, nos comentó a manera de anécdota el episodio que vivió en este pueblo en un puesto de tacos que se sitúa en el mero corazón de la ciudad, lugar a donde llegó ansioso de matar el hambre.
Esta persona refiere que estuvo sentado buen rato en una mesa sin que nadie lo atendiera, en silencio. Siguió creyendo que con el simple hecho de estar sentado fuese motivo suficiente para que alguien le tomara su orden. Lamentablemente nadie lo atendió; fue entonces que se desesperó y se levantó de la silla, yendo directamente con el cajero.
A manera de reclamo le preguntó al cajero,
— ¿Cuánto te debo vale?… porque me les voy sin pagar”…
— ¿Cuantos se comió mi jefe? -, respondió el cajero.
— Ninguno – contestó tajante.
— Entonces ¿qué es lo que quiere pagar mi jefe?
— Su atención cabritos; estoy como penitente sentado y nadie me atiende; ¿qué les pasa? ¡Qué mal servicio tienen!.
— Mi jefe, lo que pasa es que está sentado en una silla de la competencia
La ligera respuesta lo dejo frio; y encabronado les gritó:
— Me hubieran avisado cabrones para no estar como penitente.
— Para la otra mi jefe, y no es nada que tenga buenas noches.
Ante esta errónea actitud se retiró, jurando no volver a tragar un solo taco en esta población.
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