IXTLÁN DEL RÍO. – “¡Deme un peso señora!”, acometió inesperadamente aquel joven a una mujer que escogía entre unas javas la fruta de la temporada, mientras que su servidor hacía lo propio en un puesto ambulante que funciona en la esquina de la avenida Hidalgo y la calle Allende, en el corazón de la ciudad.Más que una súplica, el tono del mancebo sonó a exigencia. Aunado al vigor de los años mozos, el sospechoso parecía un vago por lo percudida de su ropa y la maloliente transpiración que desprendía.
Tal vez fue el miedo por el que aquella señora extrajo unas monedas y se las entregó. Luego el chavalo se dirigió al que esto escribe para hacer la misma ‘petición’.
Un par de horas antes, en el mismo centro de Ixtlán, pudimos ver a otros dos jovencitos requiriendo de la caridad para completar, de peso en peso, su pasaje para regresar al centro de la República. ¿Pero quién va a saber si lo que en realidad buscaban, como seguirán procurando, es allegarse de recursos para satisfacer algún vicio?
Y es que cada vez pululan más los chamacos desconocidos por las calles de esta ciudad. Muchachos que llegan y van de paso. El número de indigentes ha crecido. Algunos son a las claras personas de México; principalmente del centro del país; de Guerrero o de Oaxaca, han dicho; pero otros más vienen de Centroamérica.
El asunto, que ya es un problema social, debe ser ponderado por las autoridades. Pero principalmente por las de más alto nivel, pues se sabe que en otros estados esta caterva de migrantes llegan a construirse en pandillas y dañan la imagen de los lugares donde definitivamente se quedan a vivir.
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