Omar G. Nieves
«Querido Hijo:
Te escribo esta carta para decirte que aquí todos estamos muy bien, que recibí tu dinero y que te lo estoy guardando para cuando vengas…»
Así es como recuerdo, de manera un tanto difusa, la introducción con que escribía las cartas a un tío que a temprana edad se fue a trabajar a los Estados Unidos y que se comunicaba con mi abuela a través de mi, ya que ella no sabía leer ni escribir.
mmm… ¡Si viera mi abue cómo nos comunicamos ahora! Si pudiera ver lo rápido que podemos escribir una carta, enviarla y que en cuestión de segundos la reciba nuestro destinatario. A lo mejor ni creería que el «e-mail» le llegara a mi tío; o que la respuesta fuera de él.
Diría tal vez que no hay nada más certero que ver un escrito de su puño y letra. Ver en la carta el timbre postal del estado de California, de Washigton o de Oregon, donde el solía trabajar en el campo. Ver uno que otro rayón y sentir la emoción de leer cada línea escrita. Y después de leerla, responder parte por parte cada idea vertida en las hojas. Guardarla después en un cajón, entre la ropa, donde nadie pueda encontrarla; y sacarla de vez en vez para releerla, sobre todo cuando se extraña al hijo ausente.
Ahora que se acerca el Día del Cartero, aquel personaje hoy olvidado que despertaba espontáneamente la alegría de la gente cuando anunciaba con su silbato la entrega postal de una carta, hoy quise compartir estas remembranzas de la vida; como me gustaría también que usted, mi estimado leector, compartiera la suya en este mismo espacio que se ha abierto para eso mismo.
Cuéntenos:
¿Guarda alguna carta de aquel viejo amor que nunca se concretó?
¿Tiene algún escrito de algún ser amado que ya murió?
¿Guarda aún alguna postal, timbre o estampilla antigua?
¿Recuerda a algún cartero de nuestro pueblo que le haya traído una buena nueva?
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