Rigoberto Guzmán Arce
3.- Te quedaste huérfano a los nueve años y para proteger a tu familia adolorida te saliste de la escuela y a bolear zapatos en las calles y plazas para ganar el sustento. Vendiste refrescos en el Cine, y Chilo Ballesteros te enseñó las maniobras de los aparatos que producían movimiento y sonoridad. La distancia de las horas, las semanas y meses fortalecieron tus conocimientos para ser el responsable de tu familia.
Tu infancia transcurrió para ganar algunos pesos que significaba alimentos para tu mamá Sabina y tus hermanitos. Tu caminar pausado era producto de tu débil corazón pero, estabas con nosotros en todas partes, en el recuerdo y las desesperanzas, en la alegría y el dolor. Solamente nos redimía la música de la amistad.
Al pasar los años me enamoré de un disco, “70s Preservation Society” presentando disco fever 40 hits y me remontó a los tiempos nuestros. La imagen de Chava en la pistas descargando todo lo que dolía para disfrutar el momento de sudor y risas, sacudiendo los problemas. Lo escuchaba en mediodía de la humedad de un piñón y aunque estuviera a 100 kilómetros conservaba íntegra mi soledad para que en el nombre y ritmo de las canciones aparecieras tú con la sonrisa y los ojos negros y tu bendita bondad del corazón.
Cosas raras y emocionantes en esta semana de verano. Llegó a mi casa nuestro amigo común Carlos Gutiérrez Monroy, el famoso “Charles Brown” y me trajo unas fotografías donde estábamos en la playa y allí estamos contigo. Estás de rodillas con tu pantalón negro de mezclilla, cinto de cuero y camiseta azul, atento, mirando a la cámara. Estuve ensimismado tanto tiempo por la velocidad de las imágenes que iban generando esta docena de recuerdos estampados en papel. Aquí está “El Tequilita”, “Charles” Gaby Cadena y “Canica” –el que escribe–. Pasaron de aquella época 34 años y todavía te queremos.
Ayer 19 de julio a las siete treinta de la noche, llegó tu mamá Sabina Silva y estuvimos platicando. Supo del escrito, Mi pariente Antonio Rojas lo leyó en Internet y se comunicó con tu familia. De nuevo lloró tu mamá y se lo platicó por teléfono al “El Capi”. Le regalé las dos partes que van publicadas. Me contó de nuevo tu historia y no me canso de escucharla y derramar algunas lágrimas.
Salvador Delgado Silva, el 28 de agosto para el calendario solar dejaste de existir y te has convertido en la esencia de los amigos. Un vendaval de ellos fue a tu encuentro en el hospital de San Diego. Te saludaron en tus últimos días. Estuvieron al pendiente de tu corazón que poco a poco se apagaba.
“El Capi” y Lupita, el Doctor Lalo, “El Peinetas”, “El Tequilita”, “El Gordo” Jumilla, Miguel “El Calavero” y muchos en lo espiritual y sobre todo tu mamá que te besaba la frente y consolaba el cuadro que representabas en el heroísmo por el hijo y por el amor, sobre todo por el amor y la bondad.
Tu cuerpo, a pesar de la debilidad luchaba afanosamente entre aparatos, tubos y cables que te protegían y un puñado de médicos que desesperados querían convertir la oscuridad en luz a un ser humano extraordinario. Nueve días los artesanos de la ciencia metieron sus manos a tu cuerpo desnudo para regresarte la luminosidad. Dos días a corazón abierto, lámparas en tus ojos, tu cuerpo inmóvil. Detectores atentos ante cualquier movimiento, alguna ondulación y estertor de vida floreciente. Minuto a minuto alguna señal de tu planeta oscuro. Dejabas de latir y pronto los masajes por estos hombres amorosos y respetuosos por tus ansias por vivir. Tenía que ser en madrugada, el lunes el hilo de la vida y la esperanza se apagó. Quedaste inerte, en silencio…entre las sombras… amigo Cacarito.
4.- las palabras que a tu mamá Sabina le dijiste ¡Ya llévenme a Ixtlán! ¡Por lo menos a La Venta!, quedaron como el testamento donde fueron cumplidos tus deseos. No ocupo decirte que tu amigo inmortal se hizo cargo de tu regreso a tu bien querido pueblo después del velorio con tus parientes y amigos en Vista California.
Así es, Toño “El Capi” cumplió encomiendas y sueños eternos. Te velaron en Funerales López y la música del mariachi te acompañó ante la tristeza colectiva y el recuerdo ardiente de los ausentes y presentes. El himno de la despedida, la canción de Marco Antonio Solís “Antes de que te vayas”, se cantó y se lloró varias veces.
Desconsoladas las horas de la despedida en el cementerio. Cruzaste las calles aquellas del relámpago y las tormentas cuando cantábamos sin importarnos las condiciones meteorológicas. Sabíamos que tarde o temprano el cielo sería tan azul como las mujeres. Estuviste a unos metros del lugar que fue el monumento a La Bandera. Cruzaste las calles donde nos enamoramos y estuviste a media cuadra del caserón que era el Apolo XI y la discoteque Natos donde hoy es una burda tienda y un local insulso y frío.
Nuestro Boulevard del sonido y huellas de trasnochados en el horizonte que se abría como mariposa de colores en la Avenida Hidalgo. Recorriste otra vez con tu deseo perpetuo cada polvo y rincón del recuerdo entre el dolor de tu familia y la ruptura, en el desgarramiento del adiós. Un amigo desconsolado que después cruzaba de noche el cementerio para llegar a tu morada infinita para cantarte y llorarte con la copa sensible del corazón.
Gracias Salvador, Chava, Cacarito, por habernos permitido ser tus amigos; por habernos alegrado nuestra juventud con tu alma buena, por tu presencia siempre indispensable cuando la vida se tornaba gris. Gracias Salvador, Chava, Cacarito, por darnos la oportunidad de creer que la amistad existe en la realidad y no es simple fantasía.
Gracias por habernos permitido estrechar tu mano, contagiarnos con tu risa y regalarnos una palabra de aliento cuando lo necesitábamos. Gracias…amigo. Estoy tan seguro que sigues bailando en la pista aquella con la luna llena en movimiento de luces de colores y espejos resplandecientes sobre nuestras cabezas.
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