Claroscuro
Rigoberto Guzmán Arce
2.- Nos envolvió la música y más de noche. La discoteque Natos fue el lugar para nuestros sueños. Después de la rueda de amigos en el monumento a La Bandera nos íbamos prendidos al lugar maravilloso donde nuestros cuerpos buscaban calor humano de mujer. El detonante fue la película de John Travolta y Karen Lynn en “Fiebre de sábado por la noche”, con las canciones de los Bee Gees. Nos sentíamos parte de la historia y teníamos en pedazo de drama al igual que los artistas.
De pronto nos convertíamos en bailarines fenomenales siguiendo el pegajoso y romántico ritmo de “Sobreviviendo” y “Fiebre Nocturna”. Cacarito fue el primero de Ixtlán que vio la película cuando la exhibieron en Guadalajara. En una noche se nos apareció afuera del Apolo XI para contarnos paso a paso la historia de Tony Manero y la manera de bailar. Nosotros absortos no perdíamos detalles, y menos cuando en plena calle iba y venía bailando. Se había aprendido todos los pasos sensuales y nuevos; algo que nosotros esperábamos para darle vida a nuestras pobrezas.
Ya no fuimos los mismos y la discoteque nos recibía con su insólita pista octagonal llena de luces entre madera y duro plástico. Luces en movimiento y el humo que atosigaba pero nos perdía por momentos mientras la cabina de mando musical lanzaban al ruedo las canciones de la película. Disco Inferno de Los Trammps nos aceleraba el corazón y las manos y las piernas. Luces que te registraban el rostro y la claridad del sonido que te hacían las horas tratables del adolescente intenso en el ambiente de amigos.
Cacarito era nuestra atracción por los pasos copiados a Tony. Tocar y llevar a la mujer en la danzas del pop como ritos tribales en el amanecer con la luna sobre nuestras cabezas. El vestuario eran camisas coloridas de cuello largo y duro, pantalón ceñido y negro y para rematar una chamarra de plástico negro o de cuero, según la pobreza del bailarín. No sé como conseguí el vestuario para seguir soñando en el lugar exacto.
Los sábados se convirtieron en la procesión musical y los tragos compartidos era las noches intensas cuando al igual que Tony nos salíamos a caminar y luchar para enamorarnos. Derramábamos lágrimas por los amores no correspondidos por culpa de los personajes mal copiados.
Éramos la burda imitación porque no vivíamos en Nueva York. Nuestros refugios eran las dos plazas, la de Eulogio Parra y Justo Barajas. Carlos “El Mantecas”, José Luís “El Tequilita”, César Landeros, Meza Olmos tomando y con la gigante grabadora que José Luís tenía con audífonos que nos pasábamos horas y horas escuchando las canciones preferidas.
Nuestra vida eran las desveladas y el fútbol. Cacarito se enamoraba y de pronto nos brotaba llorando por los sinsabores y las contradicciones del amor. Nos refugiábamos en el templo musical pero también en una lonchería de un tipo que se vestía de negro y era de lo más tacaño.
El lugar estaba a la vuelta del billar de Los Rosas. Andábamos en todos lados en los cerros, en las maltrechas y oscuras calles, en las entradas y salidas; en el despedir y recibir amigos, pidiendo cigarros a los pasajeros a las cinco de la mañana platicando nuestras desventuras y las desdichas. La película se convirtió en un icono de vida y nos conmocionó a todos pero, más a Salvador.
De pronto sale otra película y Cacarito se desaparece. A los pocos días lo vemos y rápido nos cuenta la nueva historia de “Vaselina” con nuestro ídolo y Olivia Newton John. Trae ya el peinado como Travolta y soñamos por emularlo. Nuevos pasos de baile, gestos y articulaciones en el mundo musical de los viernes y sábados.
La canción “Grease” se escucha en las bocinas de nuestro corazón y nos sentimos Danny Zuko con el pelo relamido y mirada pícara y vamos en busca de Sandy siguiendo las recetas de la película y nos volvemos pandillas y la moda nos embarga pero nadie tenía coche como los pandilleros “Thunder Birds”.
Seguíamos en “Noches de Verano” y Cacarito metido con sus alegrías, sus miedos a contagiarnos, al indispensable de sus amigos. “El Capi” se convierte en el mejor de sus amigos, nosotros emigramos al estudio y ellos estaban en el mismo salón de la secundaria Amado Nervo. En la casa donde vivía Chava lo íbamos a visitar y nunca faltaba la música y las cervezas.
Vivió por la calle Allende, por la Zaragoza. Fue mi vecino por La Paz y desde temprano las canciones brotaban por el corral. Tenía los discos recientes. Recuerdo uno que me gustaba mucho, era de Camilo Sesto, “Horas de Amor” se llamaba. Como éramos vecinos casi todos los días nos la pasábamos viendo y nos íbamos al cine. Le ayudaba a ordenar las cintas y a volverlas a poner en su estado original por medio de la maquinita circular que regresaba la cinta.
Los viernes y sábado por la tarde nos juntábamos en su casa para a oír otro tipo de música. Las de Javier Solís, Los Dos Oros. Era el principio del fin de una época esplendorosa cuando poco a poco nos fuimos diluyendo por el estudio o el trabajo. A las esencias de nuestra unión se le fue quitando el olor penetrante de la amistad de muchos para ser unos cuantos.
En ese tiempo me fui a la frontera a trabajar en una maquiladora y Salvador siguió de Cacarito con la obligación de mantener a sus hermanos y a Doña Sabina.
Tiempos difíciles vendrían cuando la juventud dejaba la huella en el tiempo y en el recuerdo de todos nosotros los amigos dispersos. “El Popeye” y José Luís en California. Antonio Ibarra en Guadalajara de promotor deportivo. César en Santiago. Somos pocos los que pudimos regresar a nuestra tierra y a nuestro cielo. También Salvador llegó pero no como hubiera querido. Mi amigo Cacarito… continuará el próximo viernes.
Discussion about this post