Claroscuro
Rigoberto Guzmán Arce
Dedicado a Doña Sabina, la madre de “Cacarito” y su eterno amigo “Capi” Ibarra López
1.- Salvador –Chava para la familia y para nosotros sus amigos–, “Cacarito”, desde siempre su nombre de batalla, de tristezas por la pobreza, la agitación del corazón y alegrías por las amistades. Desde muy chico, comenzó a trabajar como ayudante de poner las enormes y pesados rollos que venían enlatados desde Guadalajara y que los espectadores esperábamos en las afueras del Cine Ixtlán en la era preDVD.
Era como un personaje de la película de Cinema Paradiso. Te veíamos con admiración cuando nos invitabas al cuarto de mando donde estaban las máquinas sedientas de la multiplicación de imágenes que cobraban vida en la pantalla. Allí, sin camiseta y algunas veces con caguamas dominabas la luz y la oscuridad. Conocías más que nadie los tiempos del carbón y la fosforescencia.
Tendría mi edad pero, el destino en agosto hace cuatro años lo pasó lamentablemente a formar parte del mundo de los muertos. Nos devastó, me devastó la noticia. Supe de su fallecimiento a los siete días después. Estaba en la primera semana del curso escolar cuando fui a visitar a mi hermano Manuel recibiendo la primera ráfaga de dolor y conmoción “¿Sí supiste de la muerte del “Cacarito”?
Todavía no me reponía y siguió otra descarga “¡Dijeron en la radio! –me senté porque no pude contener mi cuerpo– ¡Hace una semana lo enterraron!”.
Otra vez me contuve, sentí un golpe en el cerebro atontado por la magnitud. Regresé a mi casa para valorar la trascendencia de lo que había escuchado. Sentí tanta electricidad que lloré tanto tiempo, por ti y por mí. A solas comencé a digerir de lo que representaba, lo que sentía por la muerte de un gran amigo que a través de los años siempre estuvo presente en la adolescencia y juventud. Personaje que no le hizo daño a nadie. Un buen hijo que mantenía a su familia. Doña Sabina siempre orgullosa de su “Chava”.
Mi amigo tenía la sensibilidad y humildad de mi madre Todo lo que se fue, las trayectorias de la vida gastada y el alquiler de casas por los barrios, los tiempos de la playa, la música, los amores; las calles y los lugares. Todo lo que se fue, las lluvias, las desveladas…amigo.
De nuevo estoy llorando por recordar y al decidirme a escribir este artículo a tu inmortal recuerdo. Pasarán muchos años y estarás como en un cartel universal con tu risa y tu verdadero amor por nosotros los que seremos oscuridad. Trato de ir conformando la sucesión de las últimas veces que te vi o escuché.
Tu amigo “El Capi”, el Contador Antonio Ibarra, nos había invitado a fortalecer las primeras acciones del equipo Vaqueros de fútbol en la ciudad. Nos reunimos los amigos de antes como Tomás y “Meño” Landeros en Los Corales. La intención era festejar un aniversario del equipo. Entre tragos y las botanas de mariscos, lo llamaste y estuvieron conversando por celular. Estabas en Estados Unidos, creo que vivías en el Estado de California.
Pregunté: ¿Quién es?; “es “El Cácaro”, respondieron. Conversamos unos cuantos minutos, nos saludamos y nos despedimos con nuestros apodos de infancia. Nos vemos pronto fueron las últimas palabras en la sonoridad del aparato. En mi introspección de la memoria, del archivo de imágenes ocultas…te veo venir por mi añorada calle Abasolo.
Ibas para la calle angosta de la Marina donde vivías, mientras yo encarrerado me dirigía al centro. En la esquina con Arista nos detuvimos para saludarnos. Me contaste que te ibas a ir a Estados Unidos, sin papeles. Ya vivías con una mujer y tenías hijos. El Jhon Travolta, el bailarín de mi juventud se enfrentaba a problemas cotidianos y ya no era solo bailar y desvelarnos en la Disco Natos en busca de mujeres Sandys como en la película “Vaselina”. Ya estábamos en la etapa de la búsqueda del dinero para mantener familia.
Extinguido el Cine para masas, ya quedaban las video caseteras para hacer cine para unos cuantos. Perdió su trabajo y es una de las tragedias cuando la sociedad y tecnología constante ya no te necesitan. Parecías que te ibas a fuerza del destino. Mi amigo Salvador eso fue hace casi quince años. Tu complexión delgada con tu larga enfermedad de la alergia en todo tu cuerpo. Siempre vistiendo sencillo con tus sacos de colores.
La mirada siempre triste que en ocasiones se desbordaba tu emoción por la pasión musical. Solidario y amistoso como poquísimos que hay en la vida. Pensativo muchas veces, cambiabas estados depresivos por estar con todos. Estabas cuando necesitábamos un amigo. Tomabas con nosotros cerveza y licor en las noches después de la función de cine, especialmente los viernes cuando los estudiantes regresábamos de Tepic y a la media hora ya listos para vernos en la plaza grande y unos cuantos nos dirigíamos a comprar el barato brandy Algusto con el señor Bartolo González, la bebida especial para estudiantes y amigos pobres.
Ya en rueda en nuestro lugar preferido, el monumento a La Bandera por la pequeña calle Juárez, ansiosos descargábamos nuestro desconocido estrés para enfrascarnos en la alegría colectiva, por sabernos escuchados al estar un poco lejos de los problemas familiares y sobre todo por el despertar a la hermosura de las mujeres. Lentamente de a uno en uno nos íbamos alejando de la rueda hasta quedarnos los que todavía traíamos rescoldos del dolor y el desencanto.
El tiempo aquel se queda como las fotografías personales donde en los momentos de soledad, el pánico inherente a la condición humana cuando nos duele vivir, del cajón del recuerdo vamos por las curadoras imágenes y vuelve la calma para seguir aguantando los tormentos actuales. Mirarse en el espejo de los hijos y saber que estás viviendo ya la etapa aquella, la que le tocó a nuestros padres, la lejanísima de los años sesentas.
Mirarte en los objetos que posees y el significado sigue vacío en el diccionario y el himno a la amistad. Mirarte en los lugares comunes y a duras penas recordar a los vecinos que se han ido a la oscuridad.
Amigo, tu muerte me conmovió y brotaron los resortes de la reflexión de nuestra efímera existencia. La depresión por pensar cuando lo lógico es existir por existir sin saber el movimiento de traslación y rotación de nuestros planetas diminutos que recorren en la sangre y dominan el corazón bajo los riesgos del sentimiento.
La muerte acecha, es un lobo que no descansa ni duerme. Es por eso que es tan fácil morirse. Cuando uno es joven todo es odisea, aventuras por riqueza y amistad por conclusiones. En nuestros huesos existe la hermandad y la colectividad es la rueda que nos hace transportar nuestros sueños.
Vamos por el mundo contra los vientos que buscamos enderezar y nos duele la vida miserable de los demás ¿Cuántas veces sentíamos compartiendo nuestras frustraciones y las esperanzas como gaviotas rebeldes? Éramos Juan Salvador Gaviota, diferentes, animados a todo y a tanto y ahora ¿Dónde estamos ya?… Continuará próximo viernes.
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