712 DIARIO DE RIGOBERTO
Hace años Gabriel García Márquez escribió en su columna que tenía en la revista mexicana Proceso, que era una dicha volver del avión a la mula. La travesía supersónica del Concord a viajar en la mula por las montañas son las prisas para tener el tiempo de contemplar.
Algo parecido sentí ayer cerca de las diez de la mañana. Un lunes sabroso, con desayuno cotidiano, y leer sobre el escándalo de Pandora Papers y enviar mensajes y compartir escritos o imágenes. El pensar sobre el recorrido de las Charlas Callejeras.
Me motivaba regresar a la Unidad Académica de Ixtlán para ser testigo de las primeras clases presenciales del semestre después de varios virtuales; pero de pronto se congelaron las redes sociales, se fueron apagando las cercanías tecnológicas con el mundo.
Aunque parezca que no es cierto, sentí feo y asilado, como de niño cuando se iba la luz de noche y todos gritábamos en la calle Abasolo a oscuras: “ojo de venado que venga la luz”. Así hasta el cansancio mientras las velas de parafina se colocaban en la mesa de madera. Minutos muertos que creía que pronto revivirían, nada más estaba en Twitter en uso y Telegram.
Facebook, WhatsApp e Instagram a oscuras en el apagón global. Me fui a mi guarida a leer artículos pendientes, hice revisiones y los amigos de El Regional subieron sus transmisiones en vivo por YouTube, pero no es lo mismo. Durante el tiempo de ausencia me quedé reflexionando cuando vivía comunicándose por cartas o telegramas. De adolescente escribía tantas cartas, llené cuadernos de poesía y me resulta absurdo que ya no tenga la dureza de mis dedos y me cuesta trabajo dedicar libros con bolígrafo.
Te puede interesar: Las palabras usadas por hombres y mujeres en redes sociales son distintas.
Escribir cartas era sentir con calidad espiritual, riqueza de prosa, sentimientos abiertos y procurando escribir lo que sentía y vivía como la crónica emocional. Escribía uno ya estando convencido de lo que deseaba, afinar, certificar, una cirugía literaria. Teníamos la oportunidad de leer, traer el libro bajo el brazo para aprovechar el espacio, una banca, y un asiento en el salón de clases o con la novia bajo el árbol de sombras románticas.
Recuerdo que uno opinaba lo que constaba con los amigos, compañeros de escuela y maestros. Cuando menos pensamos nos llegó la velocidad y ella nos metimos en masa, frenéticos, adictivos, buscamos exhibirnos de cualquier cosa, opinamos de todo sin que conste, queremos oler la sangre digital no queremos quedarnos atrás del momento, de la moda, del rumor.
No podemos detenernos en esta vorágine de miles de millones de usuarios. Durante este apagón me puse a reflexionar, sí, me quedé quieto, absorto, de cómo hemos cambiado nuestro hábitos, las costumbre, el entendimiento. Han regresado como el eco, lo estuvimos esperando en las estaciones de pantallas y vuelven los tres a las velocidades para dejar de observar de contemplar lo bello y nos subimos de nuevo a las redes sociales, vidas errantes y virtual.
Nos leemos mañana, ¿sale?
Discussion about this post