No estamos en guerra, pero en las últimas semanas, cuando aún estoy profundamente dormido y escucho el estridente tararí de las cornetas y el tantarantán de los tambores, me gustaría que lo estuviésemos.
Este oficio de tundemáquinas me obliga a desvelarme muy pasada la media noche. Diría yo que hasta las primeras horas de la madrugada. Así que el escuchar los ensayos de los chamacos que se adiestran para desfilar mañana con motivo del 105 aniversario de la Revolución Mexicana, me tiene desquiciado.
Tal vez mi profesor de civismo en la secundaria, Jesús Martínez “La Popis”, me reprendería con la parsimonia que le caracterizaba diciéndome que es un acto donde los alumnos aprenden a amar a la patria. ¡Ya los quisiera ver en el campo de batalla!
En México el sistema educativo está desfasado y arrastra con los valores que se tremolaron hasta 1982 – el año que yo nací -, cuando en los libros de texto aún se difundían las mentiras de una historia oficial maniquea que presentaba a Hidalgo, Juárez y Francisco I. Madero como paladines de la nación mexicana. Aún ahora a los estudiantes se les obliga a rendir honores a la bandera, cantar el himno nacional y desfilar los días de fiesta nacional por las victorias de los próceres de la patria.
Sin embargo muchos de esos jóvenes no respetan ni a sus maestros, se rebelan contra sus padres y desconocen la historia de México por completo. Se trata de una generación que, pese a los esfuerzos que se hacen en las escuelas por inculcarles el amor a su terruño, se deslumbran por la cultura de otros países. Y no es que esté mal la aculturación, el intercambio cultural que enriquece nuestro propio entorno social, sino que no entiendo el sentido de salir a la calle para conmemorar una Revolución – la primera del siglo pasado – que ya quedó rebasada por los nuevos problemas que afronta el país.
No me sorprenderá ver mañana las tablas rítmicas con canciones en inglés. O de hecho ver pasar a “Las adelitas” que no saben siquiera lavar su plato después de comer. A los niños revolucionarios que no tienen idea de los ideales de los hermanos Flores Magón, Emiliano Zapata o Pancho Villa.
Mientras siguen con el estruendo de las bandas de guerra, a otros niños, en otras partes del mundo, se les enseñan las proclamas de la paz y la civilización. Dejan a un lado “el grito de guerra contra el enemigo”, y aprenden a actuar con civilidad en momentos de crisis. Lamentablemente, también hay aquellos a los que no se les da la oportunidad de nada, su única alternativa es vencer o morir por su patria o religión.
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