El fuerte olor a agualamas cocidas penetró en toda la casa… en la sala y en el patio, en pasillo y habitaciones, ya no se diga en la cocina e incluso en el baño. El aroma que despide este fruto al momento de prepararlas en almíbar, es muy intenso.
No hay rincón donde no se sienta su esencia. En mi niñez y adolescencia me encantaba; pero ahora que casi alcanzo la tercera edad, me fastidia.
El pasado fin de semana regresaba yo de la zona centro, caminando, cuando empecé a percibir el olor a agualamas cocidas y entre más me acercaba a mi casa, más fuerte se sentía. A los pocos minutos me di cuenta que ese aroma procedía exactamente de esta vivienda.
Mis hijos se quejaban de ese fuerte tufo. No así mi esposa, quien parece disfrutar mucho de ese fruto, no muy conocido en otras regiones.
En algunas zonas del país -incluyendo a Nayarit- definitivamente lo desconocen; pero en Ahuacatlán e Ixtlán es muy común. Se trata de unas frutillas cuyo tamaño es similar al de los nanches, solo que en lugar de ser amarillos, su color al madurar es negro.
En otros puntos se les conoce como agüilotes, uvalama e igualama, pero acá en Ahuacatlán e Ixtlán se les llama agualamas y su olor es tan penetrante que se puede percibir a muchos metros a la redonda y generalmente se produce en épocas de lluvias.
Algunos las combinan con leche; otros se las comen puras y hasta crudas, es decir, sin cocer. Se chupa y el huesito se desecha, aunque a veces los dientes queden prietos.
Por lo pronto, en un rinconcito de nuestro pequeño frigorífico se encuentra un recipiente repleto de agualamas, cocidas en almíbar. ¿Gustan?
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