Un día soleado, cuatro estudiantes decidieron no asistir a clase. Al día siguiente se excusaron ante su joven profesora diciendo que se les había ponchado una rueda en su coche. Se sintieron aliviados cuando ella les respondió sonriendo:
⏤ No se preocupen por los deberes de ayer. Les voy a hacer preguntas sobre otro tema. Siéntense en sus lugares, tomen una hoja y un bolígrafo.
Los estudiantes se sintieron bastante satisfechos por su astucia.
⏤ Ésta es la primera pregunta –dijo la profesora: ¿Cuál de las cuatro llantas se ponchó?–. Ya podemos imaginarnos el resto…
Esta anécdota ilustra los límites de la mentira. Tarde o temprano ésta se descubre; entonces viene el ridículo y la vergüenza.
A veces estamos muy tentados a decir sólo una parte de la verdad para salvaguardar nuestros intereses, nuestra reputación, o escapar del sufrimiento.
La mentira en ningún caso nos deja indiferente, es algo que a todos nos molesta mucho, nos enfada, nos descompone, nos desanima. Ser víctima de una mentira, vivir junto a la mentira, convivir con gente mentirosa, descubrir una mentira, todo esto nos puede causar una gran angustia y no nos permite vivir en paz. Más tristeza aun cuando descubrimos que la mentira viene de quien dice hablar de la verdad.
Cubrir una falta con una mentira, es reemplazar una mancha con un agujero.
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