Omar G. Nieves
Acudiendo a la feria acrecentamos nuestra paciencia cuando desesperadamente andamos en busca de estacionamiento o cuando hacemos fila para ingresar al complejo. Igual la solemos perder por las mismas razones, o cuando un gandaya se mete a la cola desvergonzadamente; lo cual, pondría a algunos malhumorados.
En una feria podemos observar la riqueza artística, gastronómica y cultural de los municipios; así como la falta de oficio de los gobernantes para promoverla.
En un espacio como éste convergen los pasatiempos de hombres y mujeres de todas edades y todo gusto. De los que disfrutan de un concierto de cuerdas, una banda de rock o una banda de viento. De los que se embelesan con una exhibición de experimentos científicos, los que se exaltan con los juegos mecánicos, o los que se apasionan en las compras de chucherías.
La feria sirve para adquirir infinidad de cosas, y para perder dinero. En algunos casos el intercambio será justo, pero en otros el visitante saldrá perdiendo – casi siempre el más humilde –.
Entre las cosas que se pueden conseguir en una feria son: popularidad, votos, pareja, reconciliación, separación, divorcio, buena suerte, mala suerte, un rato de diversión, otro de angustia – sin faltar la vergüenza –, un sofisticado paso de baile, un cinto, unos calzones, un amuleto, una predestinación, una broma para los amigos, una cacerola indestructible, un extractor de jugos para todas las enfermedades, un ungüento milagroso, un tatuaje, una peluca, un olorísimo perfume, un paquete de cobijas, una borrachera, un poco de hambre, la saciedad de esa hambre con la promoción de tres hotdogs o cinco tacos más el refresco, una gastritis, una parasitosis, un empacho, y una foto del recuerdo que ya está más choteada que el baile de la Arrolladora a la que cada año vamos.
En la feria cualquiera puede lucir y hacerse notar, y viceversa. El más jodido entre los pobres con un cuidadoso maquillaje y un buen ejercicio actoral captaría más atención que un diputado o presidente municipal. Ahí en la feria de gobernador para abajo todos los funcionarios son iguales en notoriedad; de tal suerte que un payaso atrae a más público que la clase política. Un empresario o intelectual pasan desapercibidos ante los encantos de una mujer bien torneada y bella, como las modelos y otras más que son anónimas entre la muchedumbre.
Todas estas cosas, más la gratuidad de la feria hacen que valga la pena ir – me pregunto si habrá otra feria totalmente abierta al público –; no le hace que cada año veamos lo mismo, al fin, la diversión la hacemos nosotros.
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