En una pequeño pueblecillo vivía un muchacho llamado Ricardo, muy listo y aplicado. Siempre tenía salidas ingeniosas en las circunstancias difíciles.
Un día, mientras jugaba a la pelota con otros camaradas, la pelota se quedó en lo alto de un poste hueco, cayendo después dentro del mismo y quedando fuera del alcance de la mano de los niños.
Todos, menos Ricardo, dieron por perdida la pelota y quien, impulsado por una idea repentina, corrió a la fuente de la aldea y llenó un balde de agua que transportó hasta el poste hueco.
Ricardo, a la vista de los demás muchachos, vació el agua dentro del poste, hasta que la pelota, flotando en el líquido, pudo ser atrapada fácilmente.
La historia anterior es el claro ejemplo de que jamás debemos de rendirnos. Muchos quedan en la mitad del camino, otros con mucho esfuerzo llegan a su objetivo.
La única verdad es que cada uno puede cumplir su sueño con voluntad, esfuerzo y trabajo día a día.
No hay por qué rendirse, aunque el camino esté oscuro y no encuentres salida siempre hay una nueva puerta que abrir para seguir la búsqueda. A veces esa puerta la abre un familiar, un amigo, un conocido, alguien que nunca te va a fallar, que te va a apoyar en las buenas y en las malas.
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