Report-arce
Sí, le queda el apodo de batalla y de corpulencia, pesa 111 kilogramos y mide 2.08 metros. Viste de camisa desfajada de color azul con botones blancos, de pantalón café claro y zapatos café oscuro de gamuza. A bordo de una camioneta negra llega al CENIX, hizo una pequeña estación en el Jardín de niños Florentino Parra; que luce abarrotado en las graderías, del lado derecho escolares con sus uniformes deportivos y de preferencia de la escuela primaria Benemérito de las Américas.
En el lado izquierdo, jóvenes de bachilleratos y curiosos como el cronista Pablo Torres, mi amigo Enrique de la Costa, Miguelito Sánchez, Flity, ex futbolista de Jala, el reportero Nieves infaltable con su cámara, pequeño cuaderno y con su risa preferente; el de Notisur “El Sorullo”, los de Tele 10 de Tepic. Diversos ciudadanos de núcleos y órbitas sociales. Sube al estrado y la fanaticada grita y aplaude.
Las presentaciones de rigor por parte del doctor Manuel Ávalos que luce un impecable traje negro. Lo lamentable es que nunca han podido contra lo horrible de la acústica de esta mole blanquecina. Creí que por la fama del mejor basquetbolista de México de todos los tiempos, mis respetos para Horacio Llamas y Eduardo Nájera, tendría un poder inmenso de convocatoria.
Este hombre humilde y líder, lo merece; y más en estos tiempos inciertos cuando tres días antes no acude al llamado para jugar el repechaje para asistir a los juegos Olímpicos que se celebra en Italia. Polémica que después aclara. El Titán se siente cómodo y ante algunos segundos de zozobra, se levanta y toma el micrófono para que la conferencia “Los sueños son para hacerse realidad”, se vuelva cierta, pero mejor prefiere que por medio de preguntas y respuestas darse a conocer. Suelta datos desde el centro de la cancha pintado de áreas y círculo rojo.
Gustavo Ayón, nació 1 de abril de 1985 en el poblado de Mazatán, Compostela. Hijo del agricultor Carlos Ayón y de la maestra Edelmira Aguirre. Desde pequeño tuvo la habilidad en las terregosas canchas de baloncesto, sentirse atrapado al tocar humildes balones que cruzaban el aro y sentirse feliz porque significaban triunfos y el dolor que le apretaba el pecho por las endiabladas derrotas.
Ir y venir a las pequeñas poblaciones cercanas para contagiar sus pasiones y la potencia que su cuerpo forjaba ante la velocidad y el dominio del viento con las armas de sus brazos largos, visión del campo por la estatura revelada y el imán que portaban sus dedos para que el esférico se convirtiera en una parte natural de su cuerpo y la precisión fue la virtud final en las constantes guerras contra equipos que azorados no podían encontrarle el rumbo de este joven que se convertía en promesa.
Lentamente se quedaban los juegos amateur, los viajes en camionetas y en lo que se pudiera. Los sueños no lo dejaban vivir en la tranquilidad de cercas de alambres de púas y piedras. Entre vacas y olores a pastura y leche recién ordeñada.
Despertaba buscando el balón naranja como si fuera su pantalón, sus manos no concebían tener cubierto su espacio sin sentir su volumen como la cintura de mujer. Gustavo pensativo cuando el atardecer la luz natural se perdía y él volaba en las duelas de madera y graderío de otros confines.
Sudoroso seguía con la fuerza, al encuentro de los otros doce minutos, el último cuarto; el mundo de tiros libres, los marcajes, las pantallas como ala pivote. Gustavo sueña y los construye.
No brotó de la nada, mientras otros desvelados, los que perdían el tiempo, este joven de ralo bigote hacía lo que quería porque amaba lo que hacía. La escalera de la cultura del esfuerzo la seguía construyendo y allí estaba en ese rectángulo al clarear el alba…
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