3.- Yo siempre lloraré la ausencia de tu amor/ mataste a mi pobre corazón… ausencia ausencia de tus besos/ ausencia ausencia de tu amor/ te quiero te quiero con locura. Estrofas de sendas canciones que era la premonición de que mi padre venía con músicos arremolinados por los cruces de las calles dela Zaragoza yla Abasolo para entrar como viento negro por la calle Jiménez en compañía de su chalán de borracheras. Duraba dos o tres horas enrachado de canciones de su juventud en su mal arrepentido matrimonio.
Nos metían al cuarto oscuro y entre las sábanas roídas y el reflejo de la tenue luz que se metía por la ventana de madera me adormecía entre el ruido y la alegría ficticia. Los músicos no podían tomar partido entre los rencores mal guardados de “chiquila” y la desesperación de mi madre Dolores que no tenía a nadie en el mundo con quién quejarse.
Súbitamente, mi abuela maternal Guadalupe le brotaba para encararlo, para lanzarle las verdades en un rostro descompuesto cuando era un total fastidio. “En lugar de emborracharte deberías mantener a tus hijos; poco hombre, mantenido; ¿qué no te da vergüenza?; le quitas el dinero a mi hija. Yo no te tengo miedo; vente para que veas cómo te va”.
Palabras sabias de la señora de cuerpo bajo y blanco que sujetaba una chancla como arma de defensa. Por eso nos quería tanto y nos protegía de la avalancha de la desgracia.
Mi madre Dolores ya lo intuía desde la mañana cuando mi padre se bañaba, se cambiaba, se rasuraba y delineaba el bigote, se perfumaba y metía la mano al cajón donde había un fajo de billetes que era la quincena de mi madre. Sin ningún sentimiento de culpa se lanzaba venturoso y fatal con las damiselas. De pronto guardábamos los juguetes debajo de la cama y nos mandaban con la abuela.
Dolores se mecía los cabellos desesperada como el reflejo instintivo de que se repetía la escena de la vieja historia de golpes, gritos, abandono, éxodo, como si una tormenta eléctrica nos expulsara al refugio de siempre.
Me duele escribirlo pero, me daba gusto verlo borracho porque era la única forma de pedirle dinero y recibir a cambio un puño de monedas. Rápido me iba a un lugar solitario y las contaba con emoción porque significaba gastar en la escuela, comprar con don Cayetano bolitas de dulce de los frascos de figura extraña y sobre todo el ir al cine en la matinée. Después volver temerosos a los tres o cuatro días y asomarnos por las hendiduras de las puertas para contemplar el naufragio de mesa y sillas en el lodo, muebles volteados, platos, vasos y cucharas en el agua desgraciada; las planchas lejos del fogón. Ver que otra vez mi madre se ponía arreglar lo poco que teníamos y mi padre ausente y adolorido no se dejaba ver por días hasta que los tiempos calmaban las tristezas.
El barrio del “Cometa del82”ya estaba acostumbrado ver la tragicomedia del “Chiquila” y los infortunios de su esposa maestra y los hijos que se iban traumando lentamente copa tras copa. Para muestra dos copas de recuerdos. De pronto, ante tantas discusiones por la relación del alcohol y el dinero, mis padres logran un tétrico acuerdo de que la hija Rosa Elena, de 10 años, lo acompañara a las cantinas y prostíbulo para cuidar el dinero y se convertía en la tesorera de las parrandas. No fue fácil porque se analizó que le iban a faltar el respeto a la niña; que iba andar muy noche por los lugares prohibidos; que tenía que ir a la escuela; que se le iba a perder el dinero.
Mi padre con una sola razón convenció: la niña iba andar con su papá y su papá era un toro. El dinero lo hicieron rollito y lo sujetaron con una liga. La niña Rosa esperaba sentada afuera de la primera cantina a que el secretario chalán le pidiera un billete de a diez pesos para pagar las primeras rondas y las primeras bailadas. Mi hermana sujetando firme los billetes los acompañaba en el recorrido del mundo del alcohol y las prostitutas. Así pasaba la noche con sus horas relativas.
Rosa, curiosa, se asomaba por donde se pudiera para mirar al padre diferente, bailando el toro mambo, tocando cuerpos sudorosos, brindando, chocando las carcajadas con la botella oscura en su mundo maravilloso que no entendía entonces quién era el señor tosco, huraño, ausente, indiferente y tacaño que no quería regalarnos un veinte de cobre y que a duras penas nos daba una caricia.
Jalaba unos billetes y se los guardaba en la ropa para que mi madre tuviera la posibilidad de darnos de comer. Por las calles solitarias el regreso de mi padre cansado, con “viejas” revoloteándole en la cabeza, el chalán en la despedida y Rosa como gatita adormilada, las siluetas en las paredes y el sonido de los pasos con el deber cumplido en las banquetas: las huellas de una noche de parranda.
Recibió un regalo mi madre de un hermano que tiene en la frontera. Un bello regalo, un abrigo rojo, el más rojo que se pueda uno imaginar. Lógico a mi madre no le gustó, pero lo agradeció profundamente por su bondad y su recatado corazón. Lo metió a su ropero y no salió por varios meses. Nunca lo estrenó.
De manera natural le dijo a una alumna que vivía en el barrio de Las Siete Esquinas, que lo ofreciera a las mujeres de la vida galante y se ganaba unos pesos por la comisión de vestir a la moda a la afortunada. Logró venderlo en unos cuantos días. Dolores pensó que no tenía caso dejarlo encerrado a que se apolillara mientras alguna mujer podría presumirlo y su hermano Antonio ni siquiera se acordaría del regalo.
El toro de la Jiménez duraba días sin trabajar, lo llamaban para algún trabajo esporádico. Volvía a trastornar todo con sus salidas y llegadas dentro de las posibilidades de que mi madre le perdonara una temporada más en la Casa Venecia –nombre romántico, la verdad– para el perdón por todo lo que dejaba a su paso. Se propuso esta vez complacer con algo valioso porque ya era inaguantable para mi pobre y abnegada madre perdonarlo tan fácil de las barbaridades en la ebriedad y la sobriedad.
Apareció en una noche de mariachi con la máscara de borracho sentimental de que quiere a su mujercita linda y esta vez para siempre. “Vieja, vieja; quiero que me perdones, estoy arrepentido. Te ruego que recibas un regalo como prueba de mi amor. Me costó caro porque lo encargué en una tienda de Tepic. Te regalo este abrigo rojo que compré especialmente para ti”… Continuará el próximo viernes.
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