Report-arce
Hace treinta y dos años llegaba a comprar libros en los portales de la Colón y Pedro Moreno en el centro de Guadalajara y la vida es espiral. Aquí tengo a ese vendedor del puesto del Partido Comunista Mexicano que abre su puerta y ventana para seguir vendiendo e intercambiando la mercancía valiosa. Se dedica a lo que más le gusta, después de haber sido un mil usos; desde vender chicles, trapeadores hasta sacarle brillo a las hebillas de plata.
Su espacio Centro Cultural Garibaldi, en memoria y ejemplo de José un italiano que amaba al mundo sin fronteras, unificó a Italia en el siglo XIX; un nieto del inspirador y libertario combatió al lado de Pancho Villa y Francisco I. Madero.
José Luis Díaz Galván y Margarita Hernández, pareja de tantas historias de vida y muerte abrieron este local, la casa de los libros en la calle Abasolo 15. Tenía que ser, pintado de rojo, negro, blanco y amarillo donde anuncian talleres, conferencias, cine club y sobre todo venta de libros.
En lugar de cortar pelo, vender productos para adelgazar o cualquier bagatela, están decididos contra viento y marea de cambiar el rostro de la indolencia y pretextos para los seres humanos que respiramos entre dos ríos, valle extenso y los atardeceres de humo tengamos la oportunidad maravillosa de despertar de sus letargos a los escritores que entregaron lo mejor, sus años su andadura y el amor que será inmortal siempre y cuando se abran las páginas fervorosas.
Estamos sentados con el olor de bolsas de café, mientras Margarita repara libros y los empasta. Se detiene y nos mira enfrascados en la historia y la confesión de la hoz y el martillo. Llegan madres y empleadas buscando los títulos necesarios y urgentes.
Recorro la ventana como parador y el estante inicial, sigo revisando los libreros que son cinco y los demás son tablas y tabiques que hacen un castillo de voces y olores, la marcada historia que cautiva. Están los carteles de Fidel, Che Guevara, ¡vaya hasta de la campaña pasada de Marisol de los cinco mil quinientos votos!
Nos saludamos y estoy entusiasmado de la fe cultural que es diferente a las demás manifestaciones porque están decididos a penetrar en los niños y jóvenes el amor de la letra, la imaginación y la revolución del pensamiento.
Me gusta estar aquí entregado enteramente a estos tipos formidables que me doy cuenta que me estoy viendo en el mismo espejo. José Luis nació en Mazatlán y como todo internacionalista y Guevarista y comunista radicó en Tepic, Mexicali y Guadalajara. Confiesa que debe de participar en política porque si no lo fuera así quedaría en el laberinto de la depresión. Estoy de acuerdo.
Al principio cuando llegó a mi ciudad vendía libros en una bolsa recorriendo las colonias periféricas y luego se instalaba en los portales por la avenida Hidalgo. Le compré libros y lo publiqué. Se dedica a ser propagandista de los partidos de izquierda a través de los años y campañas. Levanto la mirada y aquí están los logotipos del Partido Mexicano Socialista con su luna a medio vivir de color verde y el sol de rojo intenso y sigo con la encomienda de tantas banderas y luego están los carteles de Los Beatles, de la isla de Manhattan de noche y litografías del arte francés y ruso.
Estoy feliz cuando más me adentro a estos personajes formidables que hasta les insinúo sin querer queriendo que si no están locos. Lanzan al viento de este lunes, unas sonoras carcajadas que llegan hasta el fin del mundo. José me narra sus experiencias del amor que le tiene a mi ciudad que al principio quiso poner en movimiento el cine para que fuera el detonante, pero desistió y lo que aspira es revolucionar nuestras rutinas y sus ojos se manifiestan.
Le pregunto por algo que es bisutería y bolsas de mujer y la música de los ochentas nos hace sentir viejos: “hay que vender de todo y escuchar melodías que nos haga sentir bien. Aquí se escucha de todo”. Asiento y sigo recorriendo la vastedad desde la enciclopedia de carpintería que cuesta 800 hasta los que cuestan cinco pesos.
En múltiples ocasiones hasta los regala. Le encanta que los escritos vayan en el río de manos y a pesar del pesimismo está vigoroso hasta creer que se puede cambiar las míseras vidas hasta los pedestales de la gloria y el heroísmo. Me regalan cacahuates y reconozco que no es esnobismo sus actitudes, me resultan auténticos y sigo en el vendaval de las ilusiones compartidas.
Me levanto y recorro los caminos hasta llegar a Pablo Neruda y Eduardo Galeano. Me sacude cuando como desesperado recorría las librerías y desconsolado regresaba a mis hábitos sin traer los libros queridos que quedaban como gatos faltos de cariño.
Me muestra fotografías y diplomas de su recorrido de combatividad de los movimientos agrarios, pensionados y demás. Le cuestiono sobre el mito llamado José Luis Sánchez González y raudo y solicito contesta que siempre le ha sido fiel en las buenas y en las malas.
Trato de entender de su pesimismo, repito, y me suelta lo último que me hace creer en él la pareja que a pesar de las dificultades, están decididos a cambiarnos y el reto está como lo manifiesta José Mujica, ex presidente de Uruguay que la vida no es sólo el dinero.
“Profe Rigo, toda la ganancia la invierto y me traigo como tres costales desde El Salto con mi socio que tiene un tianguis de libros usados”. Soñadores, pero felices y más aún cerramos la plática de dos horas con su última frase que me compromete: “Si no promovemos la cultura, estamos jodidos”.
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