Eran cerca de las 2:00 de la tarde. Regresábamos de la clínica uno del Seguro Social. Nos tocó “alto” en el semáforo de la avenida Insurgentes y la calle Jacarandas. Una persona caminó hacia el vehículo que conducía un amigo nuestro, el cual inmediatamente puso el seguro.
Era un joven con el rostro sucio que blandía en su mano derecha un trapo pretendiendo limpiar el parabrisas. Nuestro amigo le dijo que no, sin mucho entusiasmo. Él insistió y su paciencia se agotó. Luego bajó el vidrio y encaró al joven casi gritándole:
- ¡Ya te dije que no! El rostro de aquel muchacho estaba sucio, pálido y con una expresión de tristeza.
- Con ese trapo tan sucio –dijo el chofer– más bien me vas a ensuciar el vidrio.
Él bajo su cabeza y guardó silencio; pero la actitud humilde de aquel joven me impactó. Me sentí incómodo y para tratar de suavizar la situación, intervine:
- ¿Por qué no te compras una palita limpia vidrios y así das un buen servicio?
- Es que no tengo dinero, –respondió con voz suave que parecía un murmullo–.
- Bueno pues ahorra y cómprate uno –le respondí–.
Levantó los ojos y me dijo:
- Está bien señor.
El incidente, quizás por ser algo tan frecuente en Tepic, se me olvidó. Pasaron varios días, y una tarde, en el mismo semáforo, un joven con el cabello al viento y con una sonrisa contagiosa se nos acercó alegremente y exclamó:
- Ahora sí señor, ¿me deja limpiarle el vidrio?
El joven lucía radiante, como si un rayo de felicidad iluminara su vida. Quedé unos instantes impávido, hasta que logré reconocerlo. Era el mismo joven de aquel incidente. Ahora estaba limpio y blandía en su mano derecha una palita de esa con que limpian vidrios.
- Mire don –agregó el joven dirigiéndose hacia mí–, le hice caso; ahorré y me compré mi limpiador, ahora me va muy bien.
- Por su puesto –me adelanté–; y el joven de forma eficiente limpió el parabrisas. Extraje unas monedas y le pagué por sus servicios.
En la noche repasé los acontecimientos. Ese joven no tenía recursos ni esperanzas. Pero la necesidad y la voluntad de salir adelante bastaron para asirse de una posibilidad: cambiar su trapo sucio por un instrumento más eficaz y así mejorar sus ingresos. Se esforzó y lo logró.
Cuántas veces, me pregunté, muchos de nosotros, quizás con más recursos y más estudio, nos hundimos en el desánimo y caemos en el abandono y la negligencia. Ese joven sencillo, pobre y quizás analfabeto me mostró, con su ejemplo, la luz que muchas veces necesitamos para ver en medio de la oscuridad, del desánimo y la desesperación para volver a intentarlo de nuevo, para innovar la fe en nosotros mismos y levantarnos con éxito, victoriosos.
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