Ricarda Ramírez Rivera, o doña “Rica”, como ella misma se define; y no porque sea una mujer de dinero, sino por las primeras cuatro letras de su nombre, quedó huérfana de padre cuando tenía siete años y su madre desde niña la obligo a vender chicles y a “hacer mandados a la gente”. Mientras sus amigos del Barrio de Los Indios iban a clases, ella se dirigía al centro de la ciudad a conseguir algunos centavos.
De niña intentó jugar a contar frijoles, pero solo llegaba hasta 10. De ahí en adelante perdía la cuenta: “Yo no sé leer ni escribir nada, ya para que aprendo. Toda mi vida he estado así. Yo ya estoy vieja”, dice doña “Rica”, ahora de 64 años.
A su padre lo mataron a balazos unos hombres que nadie identificó, durante el novenario de las Fiestas de Méxpan, dos días antes del 24 de junio. Ella despertó y su madre le dijo que había muerto, que ahora tenía que ser “mujercita”, comenta.
Una vez, cuando se acercaba a los 15 años, intentó aprender a leer y a escribir con unas maestras que iban de Ixtlán a Méxpan y que cobraban dos pesos por dos horas de clase, pero no pudo.
“Nunca aprendí, la verdad ni le entendía nada. Será porque nunca fui a una escuela y porque no tuve la oportunidad de aprender, trabajando vendiendo chicles y luego cuidando animales. Así se me fue la vida”.
Ricarda asegura que hace unos ocho años, personal de INEA acudió a su Barrio, pero ella se enfermó y no pudo asistir a los cursos.
“De veras no se leer nada. ¿Verdad Viejo?, ¡Nada!, ni lo que dice ahí – apunta – ya me acostumbré a no saber leer, ni de números. A veces mis vecinas me ayudan cuando voy a la tienda a comprar frijoles para que no me den menos cambio. A veces me dan billetes de 50 por de 100 pesos”, se lamenta esta mujer.
Su vida no es fácil; se le dificulta mucho caminar por Ixtlán. No sabe de semáforos ni de nombres de calles, camina al son de otros, pero sola no se atreve atravesar.
Alejandro, su hijo, está en Estados Unidos y a veces le envía mensajes a través de una de sus hijas. Ella se los lee. Ricarda solo escucha. Su preocupación no desaparece desde el día en que su hijo emigró, hace casi 15 años.
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