“Cinco arriba; y cinco abajo”, dijo el entonces presidente de la Casa del Estudiante, refiriéndose a la estrategia que aquella y otras noches se habría de utilizar para defender el inmueble.
La universidad había entrado en una etapa de suma agitación. Los hechos violentos conformaban el pan nuestro de cada día y las amenazas de desaparecer la Casa del Estudiante era latente.
Justo en esos días habían asesinado a tres trabajadores universitarios. Era una situación bastante tensa la que se vivía en nuestra máxima casa de estudios. Habría que andar con mucho cuidado cuando se caminaba por la ciudad de la cultura. No eran pocos los estudiantes que descaradamente exhibían sus pistolas. Los porros mantenían atemorizado a todo mundo.
El antagonismo entre la Casa del Estudiante y las autoridades rectorales impuestas de manera arbitraria, era más que evidente. Por eso, los estudiantes que nos acogíamos en este inmueble – no todos, ya que por ahí merodeaban algunos traidores – dispusimos defender “la causa” a costa de lo que sea.
Alguien hizo circular la especie de que los grupos porriles atacarían la Casa del Estudiante para desalojarnos por la fuerza; y ante esa situación, nuestros dirigentes convocaron en calidad de “urgente” a una reunión extraordinaria para asumir acuerdos…
“Hay que estar preparados, quizás intenten sorprendernos a media noche o en la madrugada”, dijo el presidente. “¿Y si disparan cuando estemos dormidos?”; “¡Son capaces de aventar hasta granadas!”; “¿Y qué tal si ametrallan el tanque estacionario de la azotea?”.
El temor había hecho presa de los estudiantes; por eso se dispuso montar guardias “día y noche”; cinco arriba y cinco abajo, como había dicho el presidente. Los “jefes” de cada uno de los cuatro cuartos tenían la misión de designar a sus elementos para resguardar el inmueble, de manera alternada.
En la universidad se palpaba una especie de anarquismo. Los trabajadores universitarios y los estudiantes organizaron varias marchas, en protesta por las arbitrariedades cometidas desde las cúpulas. Luego se designó una terna conformada por el doctor Trejo, el profesor Alegrías Rosas y por el también doctor Petronila Díaz Ponce. Al final impusieron a éste último como rector de la multicitada casa de estudios.
En una ocasión se propició un encuentro entre los dirigentes de la Casa del Estudiante y el doctor Petronilo. “¿Ya viste su bordón?… no te confíes, ¡en realidad es una pistola; el mango son sus cachas”, señaló en voz baja un compañero.
El autoritarismo de Díaz Ponce era palpable a todas luces. No admitía réplicas y adoptaba aires de autosuficiencia. Por eso los estudiantes rechazamos a toda costa su investidura como rector.
Los conflictos universitarios propiciaron la caída del subsidio que se le proporcionaba a la Casa del Estudiante; y esto a su vez provocó un enorme desequilibrio en la gran mayoría de sus beneficiarios. Algunos, incluso, vieron truncados sus estudios ante la falta de recursos para costear sus gastos.
Otros tuvimos que ingeniárnosla para poder subsistir; pasando hambres, ¡Mucha hambre!; y como ya no había alimentos, teníamos que cocinar nosotros mismos; a veces en equipo o de manera individual. Un huevo, un bolillo o una taza de café cuando mucho conformaba el desayuno de algunos de nosotros.
Los más “pudientes” buscaron casas de asistencia; pero los amolados no tuvimos más remedio que soportar todas esas vicisitudes.
Para no sentir el hambre de la mañana, algunos nos levantábamos casi al mediodía – esto es en el caso de los que estudiábamos por la tarde –. Dos comidas al día en el mejor de los casos.
…Una ocasión, acudí con don Manuel, el tendero de la esquina: “¿Oiga don Manuel, tiene leche?”, le pregunté, refiriéndome a aquellos envases de a litro. “Hummm, deja ver – me respondió con su pausada voz –; me queda uno, pero si te lo vendo ¿después qué vendo?”.
Don Manuel, por cierto, tenía fama de mentiroso. Y tal vez haya sido cierto, pero narraba las cosas de una manera tal que, ¡Ufff!. Decía por ejemplo que había sostenido un romance con Lupita Torrentera – ex esposa de Pedro Infante – que una vez luchó contra dos tiburones en las playas de San Blas y quien sabe cuántas cosas más; solo que de estas y otras anécdotas relacionadas con la Casa del Estudiante hablaré en otra ocasión.
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