Los juegos, los sabores y las historias de antaño regresaron en una noche de plática entrañable.
FRANCISCO JAVIER NIEVES AGUILAR
En la noche fresca y bulliciosa, el destino quiso que me encontrara con mi querido amigo Guillermo Sánchez Lizárraga y su esposa en el centro de Ixtlán.
Lo que comenzó como una charla común sobre sucesos cotidianos, pronto se convirtió en un viaje lleno de nostalgia a nuestra época de niñez; de Ixtlán en su caso; y en el mío de Ahuacatlán.
Nos enfocamos en recordar los juegos infantiles de antaño que, aunque sencillos, estaban llenos de alegría y creatividad: el trompo, las canicas, los zumbadores, la mocha, los encantados, las resorteras, el balero, el shangai… En fin, una lista interminable de diversiones que hoy parecieran olvidadas pero que en nuestra memoria siguen intactas.
Con cada palabra, nuestras mentes se transportaron a aquellos lejanos años de calles empedradas, de iluminación tenue, y de tiempos en los que los alimentos eran sanos y sabrosos.
Hablamos de los frijolitos de la olla, las tortillas torteadas, el cafecito de olla, y las inolvidables galletas de animalitos.
Por supuesto, también recordamos las radionovelas que escuchaban nuestros padres en esos días, como Chucho el Roto y Felipe Reyes, además de programas que nos hacían reír, como el Risámetro, el Cochinito, y el Doctor IQ, entre otros.
La charla también nos llevó a rememorar los entrañables paseos a los trapiches, donde nos divertíamos entre el gabazo y nos deleitábamos con el delicioso caldo de caña, las greñitas y el melado. ¡Uf! Cuánta alegría y sabor contenía nuestra infancia.
Fue, sin duda, una charla amena y conmovedora, llena de nostalgia por esos tiempos idos, de recuerdos imborrables y de una niñez que, aunque lejana, siempre vivirá en nuestro corazón.
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