Una ocasión un hombre obtuvo un permiso para entrar en la gran gruta donde estaban los libros de la vida de cada uno, con su pasado y su futuro. Se podía quedar allí dentro solo un número determinado de minutos, durante los cuales se le permitía modificar el rumbo de su propio destino y de cuantos hombres pudiese hacerlo durante el plazo convenido.
¿Qué hizo el hombrecillo? ¿En qué pensó aquel egoísta? Ahora podría vengarse de sus enemigos. Se fue derecho al libro de un gran enemigo y lo corrigió añadiendo desgracias, enfermedades y pobreza. Lo mismo hizo con otros: Tachaba lo bueno que les había sido registrado y escribía miseria y desventuras.
El tiempo corría y el plazo estaba a punto de acabar, cuando por fin tomó el libro de su vida para escribir felicidad y bienestar, alguien le tocó en el hombro: Amigo, se acabó el plazo. El infeliz se lamentó toda su vida.
“Tuve el libro de mi destino en mis manos, pero preocupado solamente por hacer el mal a mis enemigos, perdí la oportunidad de hacer el bien para mí mismo”.
Eso nos puede suceder a todos si andamos buscando el mal para los demás y no nos esmeramos en realizar obras buenas que beneficien a otros y a nosotros mismos.
Cuando una persona se empeña en buscar el bien para su familia, sus vecinos, sus compañeros de trabajo y más aún, si busca siempre el bien de sus mismos enemigos, lo que consigue es el bien para sí mismo, porque el que por otro pide por sí aboga y Dios siempre recompensa en esta vida o en la otra a quienes se interesa por los demás.
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