Su sola presencia imponía respeto. ¡Qué digo respeto!, ¡Miedo! Bigote arriscado, mirada asesina. Era un hombre un tanto chaparrón de piel morena y conducta hermética. Mucha gente prefería “darle la vuelta” para no toparse con él. Así de grande era el miedo que le tenían.
Pero, ¿quién era ese personaje tan temido? Bueno, aquí en Ahuacatlán se hacía llamar José… José García Flores; sin embargo existe la duda. Don Chon Dueñas – aquel que le decían “el rango” – por ejemplo, aseguraba que su verdadero nombre era Severo, nativo de Ameca, Jalisco.
No se sabe exactamente cuándo, cómo ni por qué se estableció en Ahuacatlán; pero surge la hipótesis de que a esta ciudad llegó – a mediados del siglo pasado – huyendo de la justicia. Cierto o no; quien sabe.
Don José, Severo o como se haya llamado, habitaba una finca que se situaba en pleno corazón de Ahuacatlán, exactamente frente al Club Social y Deportivo, en terrenos donde hoy reside el profesor Juan Ramos Águila, es decir, a un costado del templo parroquial de San Francisco de Asís.
Los niños, jóvenes y adultos de los años 50’s no lo identificaban con ese nombre, sino como el temible ¡TALABARTERO!
Y en efecto, de este singular hombre es del que estamos hablando. Su apodo se deriva justamente del oficio que profesaba, es decir, la talabartería. Y dicen que lo hacía muy bien. Así se ganaba la vida; confeccionando sillas de montar, fustes, Etc., aunque la gente de aquella época afirma que además era un bandolero cuya habilidad era el abigeato – o robo de ganado, como le conoce el populacho -.
Su esposa era una mujer huraña, taciturna, callada y hasta cierto punto tímida. Cuca se llamaba. Casi siempre portaba un rebozo negro; caminaba agachada y solo salía de su casa para comprar los alimentos.
Y fue el famoso TALABARTERO el protagonista de uno de los episodios más relevantes de Ahuacatlán toda vez que se enfrentó, en sangrienta batalla, a todo el cuerpo policial. Y no solo eso, sino que esa resistencia feroz atrajo también la movilización de todo un batallón así como de la entonces llamada Defensa Rural. ¡Él sólo contra todos!
Fue un jueves, al filo del mediodía. El 25 de junio de 1959 para ser exactos. Se dice que“el talabartero” tenía una orden de aprehensión.
- “¡A mi no me agarran más que pura chingada!; ¡solo muerto!”, se le escuchó decir en alguna ocasión. Y lo cumplió.
Sobre el caso, el extinto Felipe Montero decía: “Yo apenas llevaba 10 días de haber entrado en el panteón – se refería a su oficio de panteonero – aquí vivía, frente al monumento de la bandera, por la calle Juárez -; íbamos a comer cuando en eso se empezaron a escuchar los balazos, uno tras otro; pero unos disparos sonaban más fuertes que otros”, nos contó alguna vez.
La esposa de don Chema Ibáñez pensaba que se trataba de algún ocasional borrachín, quien descargaba la pistola; pero no, ¡Era el mismísimo talabartero que se enfrentaba a los de la ley! ¡Casi tres horas de balazos!
Tuvieron que sitiarlo. Soldados por aquí, policías por allá; apostados unos sobre el techo de lámina del Club Social, otros por otros muros de la Iglesia, a un lado al otro. De vez en cuando se observaba la figura del talabartero atravesar el pasillo para lanzar disparos, apostado en sitios estratégicos. En una de esas mató a un comandante e hirió a otro.
Cuentan que a este último lo había dado por muerto y que incluso le quitó la pistola que llevaba en la mano, pero el herido al parecer ocultaba otra arma en otro bolsillo, y arrastrándose de dolor, logró dispararle. Al final de cuentas este fue quien lo mató, culminando esa intensa balacera.
El cuerpo del talabartero fue conducido hacia los Portales de la Presidencia Municipal. Mucha gente vio cuando lo trasladaban a ese lugar. Lo llevaron en una rústica camilla fabricada con dos largueros de madera y un pedazo de tela. Algunos dicen que iba desnudo, otros desmientes esa versión.
El talabartero fue sepultado al día siguiente en una fosa que se ubica hacia el lado sur del panteón, en dirección del arroyo. Y a pesar de todo, no fueron pocos los que asistieron a ese funeral.
Los supersticiosos pensaban que tenía pacto con el diablo; y aun después de muerto temían encontrárselo por las calles de Ahuacatlán, caminando; a veces a pie o montado en su cuaco alazán lucero.
A los 10 días de su fallecimiento, rememoraba don Felipe, al panteón de Ahuacatlán se presentó un hombre chaparrón, casi idéntico a él, solo que un poco más joven. El desconocido llevaba un niño. El señor Montero estaba de espaldas cuando se apareció este sujeto…
“Yo me asusté muchísimo porque pensé que era el talabartero”; afirmó don Felipe, dos o tres años antes de su muerte.
- “¡¿Y usted que hace aquí?!”, le preguntó aquel hombre, en tono nada amigable.
- “Pos yo soy el panteonero”, le contestó don Felipe.
- “A ver lléveme a la tumba de José García”, agregó el individuo.
El tipo, al estar junto a la tumba dio algunas vueltas alrededor de ella mientras mascullaba algo entre los dientes. Luego dio la media vuelta, se dirigió de nuevo a don Felipe, solo para regalarle un billete de 10 pesos.
A partir de ahí ningún familiar se volvió a parar por aquí. O al menos nada se sabe. Y así termina este pasaje en la historia de Ahuacatlán y del famoso “TALABARTERO”, quien solía merodear por rumbo de las cuevas y de las vigas, donde al parecer cometió también muchos robos de ganado.
Discussion about this post