MI ENTRAÑABLE BROKSONIC
Rescatarla no fue difícil. Simplemente retiré algunos objetos, la tomé entre mis manos y la empecé a acariciar. La levanté y luego la coloqué sobre una silla de madera. Tomé una franela y empecé a limpiarla. Después la conecté y le moví sus perillas, accioné el botón del contraste y enseguida aparecieron las imágenes, claritas.
¡Cuánta alegría me dio mirar de nuevo mi entrañable Broksonic!, con su pantalla cóncava y su marco en colores negro y crema. ¡Y cuántos recuerdos me trae también este aparato que adquirí – si la memoria no me falla – en 1985!
Se la compré al profesor Ramón Zepeda con un costo cercano a los 33 mil pesos – de aquel entonces – que pagué en abonos. Es un televisor a blanco y negro, de 12 pulgadas. Omar, el mayor de mis hijos, tenía apenas tres años y a partir de entonces inició su gusto por las caricaturas.
Habitábamos en ese entonces una finca que se ubica por la calle Hidalgo, propiedad de la familia Andalón, a dos cuadras de la presidencia municipal. Instalé la Broksonic arriba de un ropero amarillo que dos años antes había adquirido en la mueblería de don Ramón Macedo
Para verla fue forzoso comprar una antena exterior, de esas que se conocían como “de conejo” la cual me merqué en la Mercería Llamas. Mi amigo “El garda” – recién fallecido – se encargó de colocarla por arriba del techo. Fueron como 20 metros de cable plano – especial para televisiones – los que también compré para poder mirar las imágenes. Todo ello gracias a las repetidoras que se habían instalado en Ixtlán del Río.
Por una cuota mensual podíamos ver los canales 2 y 11 de México, y de Guadalajara el 4 y 6.
Los programas favoritos eran Chabelo y Siempre en Domingo, además de las peleas de box y el fútbol; pero también veíamos la lucha libre y las telenovelas de época. Omar por su parte se entretenía mirando a Los Thunder Cats, al Llanero Solitario y a Tom y Jerry, entre otros.
Fue esta la primera televisión que compré y por esa razón mantengo un cariño muy especial por ella. Pocas veces me dio problemas y ante el menor desperfecto corría con mi pariente Gabriel Quezada para repararla. A veces se requería nada mas equilibrar la sintonía fina o acomodar simplemente la antena.
Con el paso del tiempo me fui olvidando de ella; y allá por 1999 de plano me deshice de este aparato. Para despejar de “tiliches” la casa, la subí a la Caribe y la abandoné en un rincón de las oficinas de este periódico, en Ixtlán. Por poco y la arrojan a la basura cuando nos mudamos al nuevo domicilio, al poniente de la calle Zaragoza.
Acá lleva ya tres años. La secre, ante la falta de espacio, la arrinconó bajo el pretil haciéndole compañía a máquinas y cartones viejos, entre periódicos sobrantes y de archivo.
Ahora que se me ocurrió desempolvarla me nacieron de nuevo las ganas de mirarla, dándome cuenta que aún funciona, y qué creen, ¡Me están dando ganas de regresarla otra vez a mi hogar!…. Descorrer las cortinas del tiempo y volver a mirar algunos programas de aquellas épocas.
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