Omar G. Nieves
Ningún político que burle la ley debería aspirar a un puesto público; pues si es grave que se trasgreda el ordenamiento jurídico, el que se eluda lo es más. En el primer caso nos encontramos con un delincuente, con una conducta antisocial, pero abierta, sin escondrijos. En el segundo nos topamos con un ser escurridizo, un maleante del que todo se puede esperar. Así es como proceden aquellos que desde hace tiempo están en campaña electoral bajo la denominación de un movimiento ciudadano al que bautizan con palabras sugestivas: Tu Sumas, Fuerza Nayarita, Adopta un Naranjo, Llegó la Hora de Nayarit, etcétera.
Un principio general del derecho dice que lo que no está prohibido está permitido. Además, en política no existe un código moral estable, el político decide en razón de circunstancias, en estados de necesidad. Eso explica por una parte el que estas agrupaciones políticas emergentes actúen en licitud, y por otra, que no haya una base ética dentro de la ciencia política que aparentemente permita juzgarlas.
Nosotros sí lo haremos. Porque aunque se siga sosteniendo que lo que importa es el fin, tenemos razones suficientes para pensar que los medios también pueden ser evaluados de acuerdo a las normas elementales de la moral convencional. Una de las cuales tiene que ver precisamente con lo primero que apuntamos: “Ninguno burle la ley, debería ocupar cargos de representación popular”.
Si desde este momento Acosta Naranjo y los demás politicastros que lo secundan en estrategias electorales se valen de estas artimañas para ir contra el sentido de la ley que prohíbe tajantemente el que se haga proselitismo electoral antes de los tiempos establecidos, ¿Se imaginan cuando ya estén en el poder?
Lamentablemente en México tenemos un sistema legal de interpretación expresamente formalista: todo lo que no diga la ley textualmente escapa a la regulación. A los abogados, claro, esto nos viene como anillo al dedo, pues en asidero de la “seguridad jurídica”, podemos promover amparos a delincuentes de todo tipo.
Por nuestras manos pasaron los casos más repugnantes, los de cuello blanco; que por una indebida fundamentación – cita incorrecta de la norma por parte de la autoridad fiscal – por ausencia de ésta, o bien, por una indebida motivación – explicación equivocada del acto de autoridad – los malhechores dejaban de pagar contribuciones a las que están obligados.
Lo mismo pasa con los políticos de hoy día. Como la ley les prohíbe andar en campañas partidistas, inventan movimientos ciudadanos para hacerlas; gastando dinero cuya procedencia y cuantía jamás llegan a fiscalizarse.
No haríamos los señalamientos de esta manera si este tipo de pragmatismo político nos aleccionara en los proyectos que se pretenden establecer. Si los ciudadanos aprendiéramos algo en el debate de ideas. ¿Pero qué es lo que pasa con este tipo de campañas veladas? Que se recorren pueblos dando dádivas sin explicar los problemas de la inseguridad pública, la desigualdad social, el desempleo, el analfabetismo funcional, o las deficiencias que tiene el actual gobierno.
Hacen como aquellos que se dedican al cambaceo de un producto llamado embaucapendejimizador, y que tras presentarlo al cliente no saben para qué sirve. Lo peor de todo es que el cliente suele quedarse con el artículo.
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