Sentía una especie de riel caliente sobre mi espalda alta. El dolor se extendía también hacia la nuca. Las múltiples emociones de los tres días anteriores me estaban provocando un tremendo estrés.
Pensé en pedir ayuda, pero me abstuve. No quise asustar a la familia. Las dolencias hicieron que dejara por un rato el CPU, teclado y monitor, pero al ponerme de pie sentí que me jalaban la pierna izquierda, desde la cadera hasta la planta.
Necesitaba con urgencia un analgésico y, sin hacer caso a las recomendaciones de los doctores, me automediqué engulléndome una par de tabletas de paracetamol. Justo en ese instante me llamó Omar y desde el otro lado de la línea mi hijo escuchó mis quejidos. Propuso llevarme al doctor, pero yo me negué. Esperaba el efecto del medicamento.
Omar me sugirió: «Acuéstese un rato en el suelo y estire sus manos». Acaté la recomendación y casi al instante me tendí en el suelo.
¡Sentí tan a gusto! Pronto empecé a sentir una mejoría. Primero me acosté boca arriba, después hacia abajo, pero ambas formas provocaron que el dolor disminuyera. Así me mantuve durante un lapso de media hora aproximadamente. Luego llegó el Cesarín y le pedí que me golpeara la espalda, a la altura de donde provenía el dolor. Me sentí mejor y de esta manera pude reanudar mis labores.
Tengo mucho tiempo con estos achaques. Dolor en la espalda alta y en la nuca, pero esta vez en realidad el dolor se volvió insoportable. Tuve miedo, lo confieso. Me han dicho que esto puede derivar en un derrame cerebral. Definitivo, tengo qué buscar alguna fórmula que me ayude a controlar mis tensiones.
Apenas habíamos llegado de Guadalajara. El viaje a la capital Jalisciense obedeció a una cita médica programada para las nueve de la mañana. No tuvimos mayores problemas con el especialista, pero habría que esperar la tarde para presentar otros exámenes clínicos al nefrólogo. Nos desocupamos al filo de las cuatro y media. Salimos del Centro Médico con muchas zozobras, preocupados.
Pero las emociones negativas fueron compensadas una vez que estuvimos en casa de Érika. Subimos las escaleras prácticamente “volando”. Deseábamos fervientemente conocer y abrazar a Juanito, mi segundo nieto nacido cuatro o cinco días antes.
Mi corazón palpitó aceleradamente cuando toqué su delicada piel. Una lágrima escurrió por mis ojos. Por eso bajé de nuevo bajo el pretexto que había olvidado un cargador de corriente.
Por la noche cerré los ojos pensando en dormir, pero todo lo ocurrido en esta jornada me impidió conciliar el sueño de manera plena. Miles de pensamientos agobiaban mi mente. Había que regresar también al día siguiente al Centro Médico para conocer otras valoraciones médicas. Nadie me acompañó esta vez.
A las diez de la mañana ya había cumplido la misión. Emprendí el regreso. Tomé Belisario Domínguez en dirección al sur. Di vuelta a la derecha por Javier Mina, pero al llegar al Mercado San Juan de Dios me di cuenta que estaban desviando el tráfico. Me asusté. Tuve miedo perderme entre las avenidas y calles desconocidas de esta enorme metrópoli.
A vuelta de rueda logré por fin llegar a casa de Érika. En realidad fue una odisea haber traspasado la ciudad, pero todo ello me produjo un dolor de cabeza que me orilló a tomarme una tableta de paracetamol.
El regreso a Ahuacatlán ocurrió a eso de las dos y media de la tarde, pero en el trayecto el estrés de nuevo se apoderó de mí debido a una cosa bastante simple que no quisiera plasmarlo aquí para no ser objeto de las burlas.
Al llegar a casa corrí hacia la computadora. El tiempo estaba encima y había que cumplir también con el trabajo. No contaba con material y eso me puso aún más tenso. Hice algunas llamadas. Pasaba de las seis de la tarde cuando empecé a sentir este dolor en la espalda alta y en la nuca. Las molestias se extendían a la pierna izquierda, desde la cintura hasta la planta del pie. Tomé las dos tabletas de paracetamol y seguí la recomendación de Omar. Me tendí en el suelo y así pude descansar de estas dolencias. El remedio casero funcionó a la perfección.
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