Emotiva la misa; desgarrador el sepelio. Y ahí, en la tumba fría y húmeda descansa ahora el cuerpo de mi entrañable compañero y amigo, Francisco Javier Esparza Altamirano.
El Pili definitivamente duerme un sueño tranquilo y verdadero. Al reposar sonó con recio golpe, solemne en el silencio.
Asistimos a su misa; escuchamos las reconfortantes palabras del sacerdote. Miramos rostros tristes, oímos el llanto de Leticia su esposa y de Érika, su hija. Su mamá y sus hermanos, serenos, pero con el dolor reflejado en sus ojos.
Cargando su ataúd, el cuerpo inerte de mi amigo traspasó el atrio parroquial. Se le introdujo a la carroza y de ahí partió el cortejo rumbo al panteón municipal.
Silencio y cuchicheos; cuchicheos y silencio. Comerciantes y peatones de la Calle Real se apostaron en las aceras para ver el paso del cortejo. Vuelta hacia el sur de la calle de Mercado, para detenerse finalmente en la explanada del panteón.
En hombros se cargan los restos de Pili, y entre tumbas y húmedos pasillos llega hasta su destino final. Por el cristal miro por última vez su apacible rostro y digo en silencio: ¡Te vamos a extrañar amigo!, ¡Me cai que te vamos a extrañar!
De los gruesos cordeles suspendido, pesadamente descender hicieron el ataúd al fondo de la fosa y sobre aquella caja de madera se rompieron los pesados terrones polvorientos.
Sin sombra ya, Pili, mi amigo y compañero reposa y duerme el sueño de los justos. El cielo se alegra y nosotros acá en la tierra lloramos tu partida.
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