Francisco Javier Nieves Aguilar
A lo lejos parece que hubiera una manifestación. En la plaza principal de Ixtlán se arremolinan cerca de 40 personas, todos en círculo alrededor de un hombre que está hincado en el piso, sobre un tapete con muchas hierbas distintas y una maleta grande, donde se esconden dos serpientes.
El hombre dice que se llama Alejandro Chávez Rivera. Cuenta que es hierbero “y “de los buenos”, señala con jactancia.
La gente se acerca a verlo en busca de que les cure sus males, la mayoría son adultos mayores, amas de casa y niños, pero estos últimos sólo quieren ver a las serpientes, con las que Alejandro juega unos momentos sin que le representen algún daño.
“Todos son iguales mientras no traigan orgullo”, es una de sus frases, otra es que “toda persona que base su conocimiento en libros tiene asegurado el triunfo”.
Con los presentes, realiza algunas demostraciones. Les pregunta qué les duele y masajea con una mezcla de alcohol y hierba que vende a 30 pesos. Luego las personas dicen que ya no sienten ningún dolor y compran su mercancía.
Deprecia a quienes se burlan de sus remedios, pues insiste en que no es ningún charlatán y constantemente combina sus consejos hierbales con cifras del ISSSTE yla Secretaríade Salud, como porcentajes de enfermos de diabetes y otros males.
El hierbero tiene una mala impresión de los jóvenes, pues son los más escépticos y se burlan de su trabajo. La mayoría de las personas que cruzan por la plaza son atraídas por el discurso de este hombre, que no para de hablar mientras realiza las “curaciones”, entre ellas el reportero del Regional.
Algunos toman notas, otros sólo observan. Todos permanecen en silencio, asombrados por el monólogo de Alejandro Chávez, quien les explica una y otra vez que pueden curarse a través de las hierbas y les pide que le dejen “guardar sus dolores”.
Entre los curiosos, hay gente que ya ha acudido en más de una ocasión a verlo, pues aseguran que se sintieron mejor. El hierbero manifiesta que la principal satisfacción que recibe de su trabajo es escuchar a las personas decir que ya no tienen dolor. “Yo confío en la gente”, agrega, “si la gente no confía en mí, es su problema”, para luego continuar con su perorata: “¡Señor, señora!, ya no sufra de dolores, ¡Acérquese un poquito!, ¡Tengo la curación para sus males…”
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