Sitio de alegrías y tristezas; espacio de refugio, de espera; lugar de huida, de ilusión, de angustias, de amistad y de muchas otras cosas más. Así fue durante muchos años “El sal y vaso” – tal y como se lee, separando cada letra, y no como lo pronuncia la mayoría para que suene como “salivazo” –.
Icono de los bebedores consuetudinarios de antaño, cantina donde se acrisolaba la voluntad en el uso o abuso del libre albedrío. Así era pues “El sal y vaso”, rincón de los adoloridos, de los maridos oprimidos, del albañil y del campesino, del comerciante y del músico, del panadero y hasta del funcionario público.
El “sal y vaso” cerró sus puertas hace ya alrededor de dos o tres lustros, dejando para el recuerdo su techo, pisos y paredes, testigos mudos de las penas contadas por Calixtro y por Quirino, por don Cuco y por Domingo, por Jesús y por Elías y por muchos otros personajes de ese mundo etílico.
Pero ese espacio del ocio hoy está en agonía; y todos aquellos recuerdos pronto quedarán sepultados para siempre. El inmueble – ubicado en la esquina de las calles Durango y Matamoros –, se encuentra en ruinas. Intencionalmente se destruyen techos y muros para levantar otra finca seguramente acorde con la actual modernidad.
Se cuenta que esta cantina fue fundada por uno de los personajes más importantes de la historia de Ahuacatlán, como lo fue don Antioco Rodríguez, diputado local, diputado federal y gobernador interino de mediados del siglo pasado.
“Soy hijo de buenos padres, me crié entre los magueyes, aquí tomo buen tequila, no bebo como los bueyes», versos y frases que hablan de una cantina que durante largos años significó sociabilidad, calor humano, conversación amena, distante de todo problema que aqueja a la humanidad.
Lugar para bebedores, no para enfermos alcohólicos, atendidos casi siempre por un hombre chaparrón, barrigón; el don de la conversación como requisito indispensable.
Cacahuates y cueritos, pepinos y de vez en cuando carnitas. Sal, chile y limón; tequila Miramontes elaborado en la fábrica de don Pancho; excelente remedio para la resaca o como digestivo.
Al fondo a la derecha estaba la barra, atrás de ella don Manuel Ibarra; “Sírveme otro changuirongo Manuelito, mañana te lo pago”; “si ves que viene mi vieja, le cierras”. Frases cotidianas, temores y zozobras por el mañana.
Pasiones desatadas después de unos cuantos tragos. Lenguaje florido, bromas y albures, “¡No te agaches porque hay viene Felisón!”.
Todo esto es ya parte del pasado, porque el “Sal y vaso”, simple y sencillamente es ahora ¡una historia!
[No se pierda próximamente nuestro REPORTAJE EN VÍDEO de este emblemático lugar]
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