Todos la conocíamos simplemente como “María la de Quencha”, pero su nombre correcto era María Abando; y habitaba una finca situada en la esquina de las calles Durango y Morelos, en el Barrio de La Presa.
Era una mujer muy singular, chaparrita, de figura menudita y ladina voz, en grado superlativo; o más bien chillante.
“Mariquita” – como también se le conocía -, nunca fue a la escuela y, sin embargo, sabía interpretar fácilmente los sentimientos de la gente. Quizás por eso se ganó la estimación de todos los del Barrio.
Lo mismo dialogaba con los adultos que con los jóvenes y niños:
– ¡Mariquita!, ¿cómo le va?
– ¡Pos ahí nomás, pasándola, ya ves los achaques – solía responder.
“María la de Quencha” era una ferviente criadora de animales domésticos. De hecho así se mantenía, engordando cerdos, gallinas y pollos básicamente; pero también amamantaba perros, gatos ¡y hasta ratas!
Debido quizás a estos factores y obviamente a su propio estilo de vida, su casa era un desorden, hablando en el sentido material. Sus animalitos lo mismo retozaban en el corral que por la “sala” o la cocina, ¡Y hasta se daban el lujo de dormir en su cama! Pero así era feliz ella, rodeada pues de sus animales.
Para llevarles alimentos, “Mariquita” acudía con sus vecinos o conocidos para que le dieran “desperdicios”. Era común verla empujando su triciclo antes de que apareciera el sol.
– ¡Olimipiaaaa!, ¿no le sobró algo para mis animalitos?
Este era pues su forma de sustento. Tan pronto como lo consideraba prudente vendía algún cerdo para sobrevivir algunos meses; y al mismo tiempo ofrecía sus pollos y gallinas “a un buen precio para un buen caldo”.
Calzaba huaraches de “arcapollo”- ¿Así se dirá? – y siempre utilizó vestido y rebozo. De vez en cuando bromeaba con sorna y picardía:
– ¡Canijos huaraches me andan tumbando!, si me caigo ¡me van a ver hasta el silabario!
Ella era pues “María la de Quencha” o “Mariquita”, una mujer que habitó una finca del Barrio de La Presa y que fue, en su tiempo, un personaje típico del pueblo, en Ahuacatlán.
Y hablando de mujeres típicas, no podemos olvidar tampoco a esa enigmática señora llamada María de Jesús Hernández, aunque todos la conocían simplemente como “Chuy la huevera”, dicho con todo respeto para sus familiares.
Al igual que “María la de Quencha”, esta otra mujer nunca se casó, y hasta dicen que detestaba a las personas de su mismo sexo. Quién sabe. El caso es que ella vivía sola, en una finca que se localiza por la calle Juárez, esquina con Manuel Doblado, en el Barrio de La Otra Banda.
Durante un tiempo se dedicó a la venta de verduras, en el mercado público municipal. Después optó por vender huevos, en su propio domicilio, de ahí el mote con el que la identificaba la gente.
Era común observarla recorriendo la zona centro de Ahuacatlán empujando su triciclo, al igual que “Mariquita”. En su paso solía recolectar desperdicios, cartón y cualquier “cháchara” que se atravesara en su camino.
Tal vez debido a eso los niños y jóvenes se mofaban de ella. Obviamente no le gustaba nada su apodo. Por eso, cuando alguien le gritaba “¡Chuy la huevera!”, reaccionaba furibunda, al tiempo que empezaba a lanzar pedradas a diestra y siniestra. ¡Era muy “enojona”!, como se dice en el lenguaje coloquial.
Ambas mujeres fallecieron hace ya algunos “ayeres”; pero hay otras féminas nacidas en este hermoso rinconcito del estado de Nayarit – cuna del ilustre Prisciliano Sánchez – que han gozado de cierta fama debido a ciertos aspectos de su vida pública.
Muchas de ellas ya murieron también, pero otras siguen aún en este mundo “vivitas y coleando”. Tal es el caso de “Doña Lupe Cuevas”, quien durante muchos años fue ama y señora de las comelitonas que preparaba ella en bodas, bautizos, quinceañeras y otros festejos públicos y privados. Solo que de ella y de otros personajes hablaremos en otro artículo, ¿Les parece?…
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