Traspasé la puerta del Congreso del Estado junto con mi amigo Jorge Ordoñez. Deseaba – según me dijo – transmitirme algunas inquietudes. Ahí en el patio central nos encontramos con otros comunicadores, entre ellos Ramón Vargas y Álvaro Alatorre, Alberto Martínez y Luis Villegas.
Jorge me mostró parte de sus proyectos relacionadas con el mundo de la literatura y el arte. Me despedí de ellos para cumplir con otra misión. Subía las escaleras cuando me topé con mi amigo Raúl, un excelente amigo al que conocí hace años, jugando fútbol. Me pregunta de sopetón, “Nieves, ¿Cuántos años tienes?… Bromeé con él, aunque al final le respondí: “En agosto cumplo 57”.
Al poco rato, mientras emprendía el regreso hacia Ahuacatlán, empecé a reflexionar:
Cumplir años siempre es agradable. Cuento mis años y descubro que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante que el que viví hasta ahora. Me siento como aquella joven que ganó una caja de chocolates; los primeros los comió con desinterés pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a consumirlos lentamente y a disfrutarlos más.
Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades. No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados. Desprecio a los oportunistas y a las personas doble cara. No tolero a los envidiosos que tratan de desacreditar a los más capaces para apropiarse de sus lugares, talentos y logros. Ya no tengo tiempo para proyectos megalomaníacos. No asistiré a conferencias que establecen reglas engañosas para erradicar la miseria en el mundo. No quiero que me inviten a eventos donde se pretende solucionar los problemas del milenio.
Ya no tengo tiempo para reuniones interminables donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y políticas, sabiendo que no se va a lograr nada. Ya no tengo tiempo para soportar a personas mediocres que, a pesar de su edad cronológica, son unos inmaduros.
No quiero ver las agujas del reloj avanzando en reuniones de “confrontación”, donde sólo “ponemos sobre la mesa” las opiniones de los poderosos. Me molesta ser testigo de los defectos que genera la lucha por el “majestuoso” cargo de director, donde las personas no discuten los contenidos, sólo sus títulos. Mi tiempo es escaso como para discutir títulos; quiero la esencia. Mi alma tiene prisa.
Sin muchos chocolates en la caja, quiero vivir al lado de gente humana, muy humana; que sepa reír de sus errores, que no se envanezca con sus triunfos, que no se considere electa antes de tiempo, que no huya de sus responsabilidades, que defienda la dignidad de los marginados y que desee tan sólo andar al lado de Dios.
Caminar junto a cosas y personas de verdad. Disfrutar de un afecto absolutamente sin fraudes, nunca será una pérdida de tiempo. Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena. Quiero rodearme de gente que sepa tocar el corazón de las personas. Gente a quien los golpes duros de la vida, les enseñó a crecer con toques suaves en el alma.
Sí… Tengo prisa por vivir con la intensidad que solo la madurez puede dar. Pretendo no desperdiciar parte alguna de los chocolates que me quedan… porque estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido.
Mi meta es llegar satisfecho y en paz con Dios. Porque a la luz del corto período de vida que se nos concede, debemos buscar tiempo para vivir, disfrutar y ser felices. Ese tiempo se está agotando.
¿Cuál sería en tu caso tu meta?… Piénsalo. Aprovechemos nuestro “Tiempo Mágico”, porque el tren de la vida sigue avanzando. Deja a un lado los rencores, egoísmos, críticas y vive plenamente. Se feliz y sonríe, pues la vida se va en un instante. Que Dios los bendiga.
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