En una reunión de esposas sube al estrado una francesa y cuenta su historia:
- Una vez yo llegué a casa y le dije a mi esposo: Yo vengo muy cansada del trabajo y a partir de hoy no voy a volver a cocinar… El primer día no vi nada, el segundo día no vi nada, el tercer día lo vi cocinando y desde ese día es él quien se encarga de la comida.
- ¡Bravo!, ¡Hurra! –gritaban y aplaudían las mujeres–.
Le toca el turno a una americana que cuenta su historia:
- Una vez yo llegué a casa y le dije a mi esposo: Yo vengo muy cansada del trabajo y a partir de hoy no voy a volver a lavar ropa. El primer día no vi nada, el segundo día no vi nada, el tercer día lo vi en la lavandería y desde ese día es él quien se encarga de lavar su ropa y la mía.
- ¡Bravo!, ¡Hurra! –gritaban y aplaudían las mujeres–.
Le toca el turno a una mexicana que cuenta su historia:
- Una vez yo llegué a casa y le dije a mi esposo: Yo vengo muy cansada del trabajo y a partir de hoy no voy a volver ni a cocinar ni a lavar ropa. El primer día no vi nada, el segundo día no vi nada, el tercer día ya veía un poquito por el ojo izquierdo.
Es muy jocosa la anécdota. La leí no hace mucho en no sé donde; pero en medio de las risas que puedan producir, se ve los dos extremos que han proliferado: un movimiento feminista y un típico espíritu machista.
El matrimonio no es un ring de boxeo para ver cuál puede más, sino una mesa de diálogo y un campo de equipo. Hagan de sus matrimonios verdaderos equipos mutuos de crecimiento y proyección.
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