Un sueño cumplido entre paisanos, ciudades inolvidables y memorias que quedarán para siempre.
Me invade la nostalgia. Cada momento vivido en mi reciente viaje a los Estados Unidos me llena de recuerdos hermosos, de esos que uno guarda en el corazón como un tesoro.
Nunca pensé conocer esos lugares. Nunca pensé vivir esa experiencia. Pero la mano amiga y generosa de la familia Chaparro Jáuregui hizo posible lo que parecía un sueño inalcanzable.

Fueron once días intensos, plenos de vivencias que difícilmente olvidaré. Desde que tomé el avión en Tepic, me dispuse a abrir los ojos, el corazón y la memoria para dejar que cada instante me acompañara por siempre.
Un recorrido de memorias
Mi primer destino fue Los Ángeles, California. Allí comenzó esta travesía que pronto me llevó a Las Vegas, Nevada, donde permanecí cuatro días descubriendo un mundo de luces, espectáculos y contrastes.
Después regresé a Los Ángeles para trasladarme a Sacramento, capital californiana que más tarde me conectaría con Reno, Nevada.

El trayecto incluyó también una escala en Truckee, pequeño rincón que me transportó imaginariamente al “Viejo Oeste”. Allí confirmé que los viajes, más que movernos en kilómetros, nos mueven en emociones.
Visité además a mis familiares en Live Oak y conocí Yuba City, lugares que me dieron calor de hogar.
La gira continuó hacia San Francisco, donde el imponente Golden Gate me recibió con su grandeza.
Crucé dos veces ese símbolo de hierro y niebla; caminé por sus muelles, recorrí el famoso Pier 39 y aunque no alcancé a entrar a la Isla de Alcatráz, el simple hecho de contemplarla desde la distancia me llenó de emoción.
Encuentros y aprendizajes
En Sacramento y sus alrededores, como en Woodland, conviví con paisanos de Uzeta, momentos que reservo para contar con calma en futuros relatos.
También visité Patterson y recorrí el “Downtown” de la capital californiana, acompañado por la guía invaluable de Luis Ocampo, originario de Santa Isabel, quien me mostró rincones que hoy guardo como estampas vivas en la memoria.
Más allá de los paisajes, este viaje me permitió dialogar, estrechar manos y abrazar a muchos amigos y paisanos. Algunos ya los conocía, otros me identificaron gracias a mi labor como periodista.
Y en cada encuentro confirmé lo que significa vivir lejos de la tierra natal: el esfuerzo diario, levantarse temprano, trabajar duro, ahorrar para pagar los “biles”… la luz, el agua, la gasolina, la renta, la comida.
No es fácil la vida en los Estados Unidos. Y sin embargo, cada uno de ellos mantiene viva la esperanza de un futuro mejor.
Nostalgia que se queda
Hoy, al recordar este recorrido, siento que en cada ciudad dejé un pedazo de mí y me traje un pedazo de ellas. Fue un viaje de descubrimientos, de emociones profundas, de nostalgia y gratitud.
De las atenciones recibidas, de los amigos que me acompañaron y de los paisanos que me abrieron sus puertas hablaré en próximos artículos.
Por ahora, me quedo con la certeza de que estos once días marcaron mi vida. Porque hay viajes que se olvidan pronto… pero hay otros, como este, que laten para siempre.
























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