Cuando salí del terruño, cargué con recuerdos de mi pueblo y su gente. Hoy rememoro a don Jesús Ballesteros, Q.E.P.D
Enrique Escanio Andrade
Cuando se abandona el terruño para buscar nuevos horizontes, a parte de la maleta se lleva consigo un pedacito del pueblo y de la gente con quien por diferente circunstancias se interrelaciona, ya sea en sus casas, sus negocios, lugares de sus actividades; el encontrarse con ellos en el templo, los jardines, mercados, las banquetas etc.. Esos recuerdos quedan permanentemente en nuestra mente y cuando esculcamos, las remembranzas surgen y el repaso es agradable.
Hace días me enteré que en mi querido Ixtlán, grupo de amigos y familiares estuvieron de luto por el fallecimiento del señor Jesús Ballesteros, mejor conocido como “El Pollo”.
Muchos paisanos, sobre todos los muy viejos, sabemos que el señor Ballesteros trabajó en el servicio postal mexicano, aparte era un excelente radio técnico; proyector de las películas en el cine del pueblo entre otras cualidades que poseía este paisano.
Cuando salí de mi querido Ixtlán, un domingo por la noche abordando el ómnibus Flecha Roja, –hoy ómnibus de México– en el entonces restaurante el Veracruz, con mis lánguidas mudas de ropa en un veliz –creo que de latón– y una cobija, se vinieron conmigo muchos recuerdos de mi pueblo y su gente, vivencias desde mi niñez: La señora que me sobaba la mollera, la familia Rivera a donde mi mamá acudía por un vaso de leche bronca recién ordeñada para hacerme un ponche, cuando estaba convaleciente de mis múltiples enfermedades, don Juan Parada, el boticario de quien era paciente asiduo; de mis maestras, quienes iniciaron parte de mi formación incluyendo a la maestra Pomposa en Zoatlán, a donde mi mamá por unos días me mandó al exilio por no se que cosa. Allí trabajaba mi papá en el trapiche como calderero, además ensayaba la danza de la conquista para las fiestas patronales del lugar.
Recuerdo al Mariachi, a dos o tres presidentes municipales, al campanero, al sacristán, al Cura que, junto con los jefes de Correos y Telégrafos entre otras personalidades, eran las “fuerzas vivas” que siempre hacían acto de presencia en los actos cívicos, a dos o tres amigos que jugábamos en las calles del mercado, en donde entonces se ubicaban “Las Caneleras” que servían su producto con un chorrito de alcohol para los parroquianos, a mi gran amigo que siendo casi niño era un excelente consejero: JESUS LOPEZ ARCE, que en paz descansa. Bueno hasta me traje en la maleta de los recuerdos, algo que me lastimó mucho, las burlas de que era objeto –ahora se le conoce como bullygin– en la escuela, por mi defecto visual y sin duda mis vestimentas que reflejaban mi “jodidez.
Tembien viene a mi memoria La Taberna, propiedad de don Benjamin Sauza, donde mi papá trabajaba en la elaboración del tequila, en donde con una gran rueda de piedra unida a un poste, trituraba el mezcal. Los ríos los campos, luego mis primeros empleos ya con patrón, Salvador Rivera en su guarachearía y doña Chencha en su talabartería; mi paso por la Academia de doña Leonor, en donde empecé a tener amigos, entre ellos Eulogio Nájar, que en el Restaurante el Nápoles él me hacía partícipe de los versitos que le escribía a las chicas que le gustaban; allí me vendían los discos de acetato de 45 revoluciones que retiraban de la rokola, con música del rock and roll.
Recuerdo el montón de ahijados; no se que veían en mí los compadres que me escogían para bautizos, confirmaciones, primeras comuniones etc., ¡¡Uf!! El disco duro de mi mente en que guardo esa información, está saturado.
Con el señor Ballesteros a lo mejor nunca crucé una palabra; no soy persona muy comunicativa, pero conocía a su familia, principalmente a su esposa, a sus hijos Francisco, Martha y Sara, la siguiente prole ya no, sabía de su existencia a través de pláticas de mi madre, y claro en encuentros circunstanciales inmediatamente las identificaba que eran hijas de “El Pollo” y de doña Juanita.
Y es que el recorrido casi cotidiano que hacía cuando yo era mozalbete, es porque mi mamá me mandaba al molino de mi madrina Lupe, en donde molían el nixtamal para las tortillas; tenía que recorrer saliendo del callejón Jiménez en donde vivíamos, y de donde conservo la marca en la frente de la pedrada que con mucho tino me asentara un tal Chalío, y las nalgadas que me propinó mi mamá disque por dejado –creo que me dijo de otro modo– antes de curarme la hemorragia.
Iniciaba por la calle Francisco I Madero, primero por la tienda El Cometa del 86, propiedad de don Jesús Benítez, padre del poeta y pintor Manuel del mismo apellido; paso obligado por con Faustino el hojalatero, por con la familia de Luis el carnicero, la familia de don Mere Ballesteros, (padre del “Pollo”), por con mi padrino Chon y mi madrina Porfiria, –una de las dos casas que mantenía mi padrino–; por la casa de don Chema y doña María, los “charritos”, padres de mi padrino Chuy, por con don Alberto el Zapatero y llegando a la esquina, tomando la calle que va al Santuario, estaba la tienda de don Cayetano, luego la de con Carlos Espinoza, papá del popular chato Espinoza, enfrente, el Cuate que vendía loza del barrio de los indios. En esa calle vivía la familia Ballesteros, y así llegaba al molino de Nixtamal de mi madrina Lupe, lo otra mujer de mi padrino Chón. No si yo me sentía privilegiado de tener dos madrinas, aunque un solo padrino, y en ese trayecto sobraban las alutaciones muy comunes en mi pueblo; “¿Cómo están tus papás?, salúdamelos”.
Recuerdo que en una ocasión, con la familia Ballesteros y otras más, disfrutamos de un día de playa en San Blas. Otro recuerdo de este creativo señor fue que le compramos, creo que en cien pesos, un radio de bulbos armado por él. Por eso decíamos que era marca “Pollo”, adquisición que hicimos con mis pequeños ahorros por el acarreo de agua entubada del hidrante que estaba en calle Zaragoza y Allende, y que llevaba en dos botes y con una “burra” –pedazo de madrera!–, sobre el lomo, a las vecinas del callejón Jiménez, y otra cantidad de dinero que apoquinó mi madre.
Este artefacto nos alegró muchos años. Cuando me vine a Tepic a trabajar me lo traje y durante algún tiempo lo tuve en mi oficina emitiendo música y después, sólo estuvo como reliquia que todos admiraban, hasta que la madera apolillada dejó entrever el esqueleto y un amigo se ofreció a restaurarlo. Lo entregué y nunca volví saber de esa joya marca “Pollo”.
Del vetusto veliz y su contenido, sin duda se pudrieron en el basurero, pero los recuerdos de mi querido Ixtlán y su gente, mientras no me alcance al Alzheimer, seguirán aflorando en mi mente. Por eso digo que cuando uno sale del terruño se lleva consigo pequeñas partes del pueblo y de su gente.
Descanse en paz don Jesús Ballesteros, y aunque tardecito, condolencias para sus seres queridos. Hoy me entero que también falleció recientemente otro querido ixtleco, el “CHIVIS”, con quien sí, muchas veces sostuve pláticas, por allí tengo una entrevista que le hice, la buscaré.
Cual caja que recuerdos encierra
miro la casa en donde yo naciera,
sus cuatro paredes de adobe
el techo de tejas, el piso de tierra.
Imagino si ella se abriera
escaparían mis llantos mis risas,
consejos que mi padre me diera
mis sueños, anhelos, mis prisas
Callejón con ecos de motivaciones,
jugar en el barrio de mis inquietudes,
escuchar resonar mil canciones
planes futuros de mis emociones
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