La última vez que lo saludé fue en un evento público, acá en el sur. Lo acompañaba su hermano Antonio. Intercambiamos algunas palabras y luego lo fui perdiendo de vista. Esa vez lo noté abstraído y el color de su rostro no era igual que cuando lo conocí, hace ya poco menos de cinco lustros.
La primera ocasión que dialogué en corto con el licenciado Oscar Humberto Herrera López fue en las oficinas de El Regional, acá en Ixtlán; justo en la finca que nos dio cobijo durante casi 15 años, por la calle Zaragoza. Llegó acompañado de mi extinto patrón, Edgar Arellano Ontiveros.
Junto con mis compañeros, degustamos unas nieves de garrafa de La Quinta Ruiz. Desde instante me di cuenta de su sencillez. Su voz no era dura, sino más bien suave, pero siempre se mostró afable con un servidor al grado de cultivar una respetuosa amistad.
En aquellos años el licenciado Oscar Humberto se ostentaba como presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos y cada que nos encontrábamos nos saludábamos con afecto. “¡Nieves! ¿qué andas haciendo por acá?, ¿chambeando”, decía, previo al abrazo y al apretón de manos.
Después se convertiría en procurador de Justicia, en el gobierno de Ney González. ¡Nunca hizo alarde de nada! y cuando lo veía en alguna mesa de honor levantaba su mano en señal de saludo, mientras dirigía su vista hacia mí.
De pronto supe que había establecido una Notaría acá mismo en Ixtlán. Edgar, mi patrón aún no fallecía y mucho me encargó que lo visitara con frecuencia para ponerme a sus órdenes.
El licenciado Oscar se instaló en un local de la avenida Hidalgo, entre Mercado y Colón. Después se mudaría a la calle Zaragoza y no fueron pocas las ocasiones en que lo fui a visitar a ese inmueble. Nunca esperé más de 10 minutos para entrar a su oficina.
Mientras fumaba, charlábamos de una y mil cosas y fue así como supe de su talento para el ajedrez, de su afición por el billar, para la pesca y otras cosas más. Muchas veces me invitó a pescar, a vivir esa aventura. Nunca me di la oportunidad de conocer esa experiencia.
Ayer, antes del mediodía, me enteré de la infausta noticia a través de un posteo de mi amigo El Venado. Estaba yo en Ixtlán realizando unas diligencias. En cuanto pude acudí a su Notaría –la número 4 de la Quinta Demarcación–.
La puerta estaba cerrada, pero alguien me informó que sí había personas adentro. Toqué y salió una joven mujer, visiblemente acongojada. Noté en sus ojos las lágrimas. Intercambié unas breves palabras y me retiré.
Ahora que me encuentro plantado al pie de esta cosa que llaman computadora, viene a mi mente aquella imagen del licenciado Oscar Humberto Herrera López. Lo imagino al lado de mi extinto patrón, bromeando, con ese agudo ingenio con el que solían dialogar. DESCANSE EN PAZ.
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