“¡Qué afortunados son los santos!” – pensaba aquel hombre, cansado de tanto luchar contra las adversidades de la vida –; “viven plácidamente en el cielo, sin preocupaciones, sin problemas, sin tener que luchar para ganarse el pan de cada día. ¡A eso le llamo yo vivir de las rentas! –, se repetía carcomido por la envidia.
“¡Cómo me gustaría estar en su lugar!”, se decía constantemente. De pronto, una vocecita que parecía brotar de su interior llegó hasta sus oídos.
- Te equivocas, querido amigo. Tú eres mucho más afortunado que todos los santos del cielo.
- ¿Yo? –exclamó en voz alta mientras miraba a su alrededor intentando averiguar de dónde llegaba aquella dulce voz—. ¿Por qué? ¿Cómo puede ser eso?
- Los santos viven de sus rentas en la comodidad del cielo, es cierto; pero olvidas que ellos ya no pueden incrementar su patrimonio espiritual, que quedó fijado en la cuantía que tenía cuando ellos dejaron este mundo material. En cambio – continuó – tú tienes que esforzarte cada día por superar los problemas que te va planteando la vida y alcanzar tus objetivos, pero tienes una gran ventaja que ellos ya han perdido. Tú puedes incrementar tus logros, tu capital espiritual, a cada instante. Por eso, cada día que vives tienes la posibilidad de ser un poco más rico. Así que, ¡Por favor!, ¡No desaproveches tu tiempo con quejas inútiles!
Discussion about this post