César, el menor de mis hijos, se posesionó del volante, pero en lugar de enfilarse por la calle de Hidalgo, le pedí que virara hacia su derecha para tomar la Oaxaca y así enfilarnos por la Abasolo, en dirección al oriente.
De esta manera pasamos por la plaza de toros “El Recuerdo”, donde se ubica la entrada de Sombra y al llegar a la citada arteria de nuevo dio vuelta a la izquierda, siendo entonces que le pedí que disminuyera la velocidad, pues eran mis deseos rememorar aquellos sitios donde pasé parte de mi infancia, incluyendo la casa en la que nací.
Lo primero que avisté fue la finca donde algún tiempo funcionó la panadería de don Chema Pérez, exactamente en las confluencias de las calles Oaxaca y Abasolo, en los límites de los barrios de La Presa y de El Salto, casi al pie de la escalinata del Cerrito de la Cueva.
Continuando el recorrido llegamos pronto a la casa de la familia Martínez Hernández, cuyo patriarca era conocido como “El estribero” y pasos adelante avistamos la finca que ocuparon doña Timia y Josefina.
Instantes después arribamos al hogar de Carlos Solano y Julia Rodríguez, padres de Esther y de Teresa, de Mundo y de Ana, para luego seguir con la finca que anteriormente habitó la señora Toña y Miguelito Llamas, ocupada ahora por su hijo Beto Llamas, padre de la actual presidenta del DIF Erika Llamas.
“Mira – le dije a César -, yo tenía tres o cuatro años cuando venía a cantar a estas casas. El hambre me orillaba a hacer esto con tal de ganarme cinco o diez centavos. Con eso me alcanzaba a comprar un “tambachi” de recortes de pan, precisamente en la panadería de don Chema”.
Frente a ésta ultima finca divisamos la puerta de las corraletas de la plaza de toros y no tardamos mucho en llegar a la casa donde habitamos por espacio de uno o dos años y la cual fue ocupada posteriormente por el Profe Fidel – obviamente reconstruida, pues cuando radicamos ahí era más bien una cuchitril, con techo de teja y piso de tierra.
Pasos adelante nos topamos con el inmueble de la familia Varela Ruiz y frente a ésta avistamos otras fincas, cuyo espacio fue habitado en otrora por Rafael “El Sordo” y por doña Concha, padres del famoso Crósere, ahí donde emergían sabrosos mangos, chicos – fruta de sabrosa pulpa parecida al mamey – y arrayanes.
Enfrente estaba la finca que ocupó doña Chayo Solano y sus hijos Rubén, Javier y Jorge – quien por cierto me enseñó algunos secretillos para elaborar pan, cuando asistíamos a la panadería de mi tío Rafael Nieves -.
Por ahí encontramos la casa del matrimonio que conformaban don Chicho Balderas y doña Nacha Martínez, oriundos al parecer de Zacatecas y padre de mi bien recordado amigo Chicho y del famoso “Naro” – quien por ahora se acoge en la Casa Hogar -.
Metros adelante divisamos el hogar de Juan “jogata” – dicho con todo respeto -, quien al lado de su esposa Cheva procreó varios hijos. Ellos eran vecinos de don Felipe Solano y Teresa López – los fabricantes de la mejor cajeta de mango de la región -.
Buen espacio de esa área es la que sigue ocupando aún la familia Varela, descendientes de don Manuel y de doña Pachita, cuyos nietos gozan de mi estimación entera, pues con ellos cultivé una amistad que sigue y seguirá vigente.
Frente a esas fincas nos establecimos algunos años gracias al apoyo de mi tío Rafael Nieves. Él había adquirido ese inmueble para destinarlo como bodega, pero al ver la necesidad de mi padre Agapito, nos la facilitó, y gracias a ello refrendamos la amistad con los demás vecinos, aunque fue con la familia Hernández Velasco con la que mejor nos identificamos. ¡Cuántas alegrías y vivencias!… amigos por siempre.
Total; antes de dar vuelta a la izquierda divisamos las propiedades de don Martín Hernández y doña “Viga”, al igual que la de los Medina y la de los Peña…
Nos encaminamos posteriormente hacia el poniente de la calle Morelos, pero me quedé con los gratos recuerdos que esa arteria me dejó en mi niñez.
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