Faltaban algunos minutos para que el reloj sonara las seis de la tarde del pasado sábado cuando Érika mi hija entró al quirófano. Su vesícula estaba bastante inflamada, a punto de reventar.
Su médico optó por la laparoscopía. Aún así la cirugía duró alrededor de tres horas. Creo que surgieron algunas complicaciones; pero al final fue un éxito y ahora está en cama, convaleciente.
El domingo, mientras convalecía en su cama del Hospital de Ixtlán, tomé mi celular y empecé a revisar los mensajes de Facebook. Al menos 7 de cada 10 personas emitían posteos por el Día del Padre…
“Papá, eres el mejor del mundo”; “Papá, te amo”; “No te cambiaría por nadie”, fueron algunos de los mensajes que leí, siendo entonces que me hice una pregunta: ¿Cuántos hijos en verdad son capaces de decir esas palabras frente a sus padres?
Me di cuenta también que muchos hijos hasta se vuelven poetas, al igual que como ocurre el Día de las Madres, y aunque sus padres ya hayan muerto escriben frases dedicadas a ellos, como si en verdad los vayan a leer. Tengo la impresión que se trata de una simple presunción impregnada de sentimentalismo.
Mi padre falleció hace 25 años, en septiembre de 1994 para ser más precisos. Fue un hombre taciturno, huidizo, apartado, ¡Pero muy inteligente!; de eso no tengo la menor duda. Creo que su nombre debe estar en el libro de Record Guines, pues, a pesar de ser un hombre apuesto, elegante y sin ninguna capacidad física, duró ¡más de 28 años sin salir de casa!; siempre aferrado a su máquina de coser, desde las nueve de la mañana hasta las 11 o 12 de la noche.
Fue, sin pecar de lisonjero, ¡Un buen padre!…. Yo en cambio, creo que he tenido muchas fallas; sobre todo en lo que es su educación. Tengo 5 hijos y a todos los quiero por igual.
Me con vertí en papá hace ya poco más de 37 años. A partir de entonces supe lo que significa ser un padre: Sentir los latidos de ese pedazo de tu corazón sobre tu pecho; correr por esa medicina para curar su fiebre, llevar la cuenta de sus vacunas, acercarte a su camita para escuchar su respiración acompasada y feliz.
Cuando por primera vez te diga papá, ría cuando lo lances al aire y no sienta el peligro porque tú le das seguridad con tu sonrisa, cuando le impulses a dar sus primeros pasos, inequívoca señal de que empieza el camino hacia su destino y corras detrás de su bicicleta donde afanosamente pedalea los primeros caminos y distancias del peregrinar futuro de su vida.
Sabrás la maravilla que posees cuando lo lleves por vez primera a la escuela y veas sus ojos llorosos porque no quiere separarse de ti y sientas el alma adolorida al alejarte dejándolo en medio de otros egoísmos que, sin embargo, le enseñarán a ser compartido.
Cuando te muestre sus primeros garrapateados dibujos, incipiente Picasso que preludia en ellos el afán por la belleza que se esconde en su corazón. Y sobre todo cuando se abrace a ti, tomando tu mano simbolizando con ello la confianza de tu fortaleza, que le dará seguridad en su andar.
Sabrás lo que es ser padre cuando reclame tu tiempo y tu tengas que buscarlo y encontrarlo en donde puedas, cuando lo lleves al circo y a la playa y al paseo cansado pero gratificante, cuando juntos sueñen en las vacaciones en que ambos se pertenecerán por completo, cuando le enseñes a jugar y a llenar rompecabezas y juntos caminen por el parque cualquier tarde esplendorosa de abril.
Cuando surja una enfermedad que te duela hasta el alma, cuando le extirpen una apéndice o cuando te digan que es presa de una insuficiencia renal. Cuando los veas felices porque ellos mismos se convierten también en padres o cuando permaneces a su lado pidiendo a Dios que el trasplante o la cirugía se realicen sin problemas.
Sabrás lo que es ser padre cuando un día tu hijo tenga que partir para estudiar en otro lugar, o a un trabajo distante y la nostalgia consuma las horas que antes feliz disfrutaste en su compañía y quizás sea el teléfono o el internet la lejana liga que te una a él.
Y sobre todo cuando alguien venga y lo lleve de tu lado para perseguir otro arco iris, el de su propia vida, compartida con alguien a quien amará y tú deberás aceptarlo, porque esa es la ley de la vida y tu hijo te fue solamente prestado por un tiempo.
Entonces sabrás lo que es saberte padre. Que no estudiaste para ello, pero lo viviste y lo seguirás viviendo. Y el regocijo que eso te proporcionará deberá entonces ser mayor que el dolor que supone el sentir que algo muy tierno se despide de tu alma. Pero es sólo entonces que podrás saber con plenitud, la maravillosa experiencia, regalo de Dios vivo, que es saberse padre.
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