
Cuando los hijos se convierten en el sostén económico y moral de los padres, creen contar con la autoridad para ser obedecidos por ellos.
¡Qué bonita familia la de don Roberto y doña Elena con 45 años de matrimonio y cinco hijos!; todos residentes de Ahuacatlán.
El señor “Beto” y la señora “Nena” tienen suficientes motivos para estar orgullosos de ella, pues sus muchachos son hombres y mujeres de bien. Valió la pena los sacrificios que hicieron para sacarlos adelante.
Sin embargo, ¡Cómo han cambiado las cosas! Antes, don Roberto y doña Elena solían ser los que daban consejos y – por qué no reconocerlo – también órdenes.
Pero de un tiempo para acá, cada vez que se reúnen en familia son ellos dos los que se quedan callados escuchando a sus hijos decirles qué es lo que deben o no de hacer.
Por poner algunos ejemplos: Betito quiere que su padre ponga una frutería como la de él. ¡Imagínese! A sus 70 años volverse empresario cuando toda su vida fue maestro.
Concha, por su lado, quiere que su madre empiece a estudiar la prepa en la misma escuela a la que asiste su nieta.
Y no se diga de los otros tres que quieren que su padre aprenda computación; y que doña Nena, que es diabética, se vuelva vegetariana y haga aeróbic. Además, quieren convencer a ambos de vender su vieja casa, ¡Su hogar! Y se vayan a vivir “al centro”.
Esta singular pareja no es la única que pasa por esta situación. A medida que pasa el tiempo y las familias crecen en edad, suele suceder que los padres pasan de ser educadores de sus hijos a querer ser educados por ellos.
Los hijos, por lo general, se encuentran en la etapa más productiva de la vida. Son independientes y muchas de las veces se convierten en el sostén económico y moral de los padres. Por tal motivo, creen contar con la autoridad suficiente para que sus iniciativas sean obedecidas por ellos.
Es entonces cuando surgen las comparaciones de lo que los padres son y lo que a juicio de sus hijos deberían de ser. Ahora todos los comentarios empiezan con “Deberías ser como…”, olvidando que cuando se era niño no había cosa más molesta que los padres recurrieran a las comparaciones.
Es también frecuente hacerles ver lo que ya no son. El “antes” se convierte para los padres ancianos en otra forma de reproche de lo que antes fueron y que sus años ya no les permiten ser: “Antes salías con tus amigas”, “ya no manejas como antes”, “pero si antes podías hacerlo”.
Pero la forma más grave de hacerles sentir a los padres que ya no son lo que sus hijos quisieran que fueran, es no escuchándolos.
Es más fácil cerrar los oídos a sus necesidades, miedos, expectativas o preocupaciones y pensar que “están chocheando”, que tener que aceptar que, en efecto, esos padres que algún día fueron el punto de apoyo, son ellos ahora los que lo necesitan.
Es doloroso ver que aquel papá que muchas veces acudió en auxilio cuando se estaba en problemas, o la mamá que todo lo resolvía, son hoy quienes necesitan de los hijos.
Pero más doloroso es aceptar que de hoy en adelante hay que andar solos por los caminos de la vida, y que los padres han cedido la delantera a sus hijos.
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