Marta Jiménez habitaba un domicilio cercano a la Casa del Estudiante, en Tepic, cuyo recinto me dio cobijo cuando curse mi carrera universitaria; y una ocasión escuché una de sus anécdotas que después me hizo reflexionar.
Marta estaba por firmar un contrato muy importante con una empresa que le aseguraba su futuro, y había trabajado todo el fin de semana en el dichoso contrato para que todo llegara a buen término.
Ese día, como lo hacía habitualmente, despidió a sus hijos y a su esposo – que se iban a realizar sus tareas diarias –, agarró sus cosas y salió.
Cuando salió, se dio cuenta que había olvidado el contrato dentro de la casa. Luego quiso abrir la puerta, pero justo en ese instante descubrió que había olvidado las llaves adentro. El contrato y las llaves habían quedado en el interior de la finca.
Desesperada porque no podía hacer firmar el contrato, empezó a forzar la puerta para ver si podía entrar. Estaba angustiada, ya que había trabajado durante años para llegar a ese momento, y ahora una puerta le interrumpía el paso.
Intentó forzar la puerta, hacer palanca. No tuvo éxito. Tampoco había alguna ventana abierta por donde entrar.
Entonces, empezó a gritar. Llegó el cartero y le preguntó qué le pasaba. Marta Jiménez le contó toda la historia y así el cartero comenzó a ayudarla, pero no pudieron abrirla. La puerta no cedía.
- “¿Y su marido?”, preguntó el cartero.
- “Mi marido está en otra ciudad y no tengo como encontrarlo”, respondió ella.
Luego el cartero le preguntó si no tenía otra llave:
- “Sí, mi vecino – contestó Marta – pero tuvo la mala idea de irse un fin de semana afuera”.
El cartero le sugirió romper la puerta. Marta le dijo que no era conveniente, ya que ella debería irse y la casa quedaría abierta.
Entonces, el cartero le propuso ir a buscar a un cerrajero, pero ella se opuso porque necesitaba abrir la puerta en ese mismo instante. Volvió a patear la puerta, pero no pudo abrirla.
Resignado, el cartero le dijo que lo lamentaba mucho, le dejó una carta y se fue.
Cuando el cartero se hubo marchado, Marta volvió a patear la puerta, pero no se abrió. Lloró desesperada ante la imposibilidad.
La señora Jiménez se sentó en el escalón de la puerta de entrada y abrió la carta que le había dejado el cartero. Era de su hermana y eso le causó una enorme emoción. La hermana le contaba en la carta lo bien que la había pasado el fin de semana con su familia.
- “Te escribo esta carta para decirte que me sentí muy cómoda con tu familia… pero también para pedirte disculpas. Cuando estuve en tu casa, un día llegué más temprano y como no podía ingresar le pedí la llave a tu vecino. Y en un descuido me olvidé de devolverte la llave. Dentro del sobre te envío la llave que me olvidé devolverte”.
La historia de nuestra vida tiene que ver con la historia de Marta Jiménez: ¿Hasta cuándo vamos a golpear las puertas?, ¿Hasta cuándo vamos a seguir llorando por aquellas puertas que no se abren? TENEMOS QUE EMPEZAR A CONFIAR EN QUE LA LLAVE VENDRÁ A NOSOTROS SI DEJAMOS DE GOLPEAR.
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