Prieto, panzón y cabezón. Así es como emergí del vientre de mi madre; hace ya 56 años y cinco meses. Creo que no he cambiado mucho; pero ahora debo agregar mis canas, mi estropeada dentadura, mis dolores de espalda, mi flacidez de músculos, mis endebles rodillas, mi vista cansada, mi insomnio, mis tensiones y otras “linduras”.
Creo que nací a eso de las cinco de la mañana. Era un jueves según me contó alguna vez mi padre; y fue doña Chole la partera la que me trajo a este mundo matraca.
Los primeros años habité en una reducida finca que se ubicaba por la calle Abasolo – a espaldas de la plaza de toros El Recuerdo -. Luego nos mudamos a otro inmueble por la misma arteria. Después nos instalamos en la bodega que mi tío Rafael Nieves utilizaba para almacenar harina, azúcar, manteca y demás insumos de panadería.
Era todavía un adolescente cuando nos cambiamos a una casa de la calle de Morelos esquina con callejón del Arrayán.
Mis padres, por su condición humilde, no podían pagar las rentas. Por eso mi cuñado Ramón Ramos nos facilitó esta otra finca.
De ahí nos trasladamos hasta el último rincón del barrio del Chiquilichi, a un huerto lleno de árboles de lima, precisamente propiedad de mi cuñado Ramón.
Después me casé y anduve como judío errante, de un lado para otro, hasta establecerme en este remedo de casa, en la colonia Demetrio Vallejo.
Han pasado pues exactamente 56 años y cinco de que Dios me trajo al mundo, en ayunas y encuerado, pues dice mi madre que pegaba unos “berridos” por el hambre.
Me alimenté con leche materna, al igual que mis otros 10 hermanos. Los biberones ni los conocíamos; tampoco los pañales desechables; eran lienzos de tela que mi madre lavaba y relavaba.
Para calmar las diarreas y dolores de estómago nos daban te de hierbabuena o manzanilla. También se usaba el estafiate. Para la tos utilizábamos la hoja santa y para la “calentura” – alta temperatura – un Mejoralito; Vaporub para el cuerpo irritado.
Desde aquel agosto de 1958 vengo ocupando un espacio en este mundo. A veces pienso que lo ocupo de “en balde”, siento que poco a poco voy sobrando y no creo que tarde mucho en desocuparlo por completo.
Hoy, mientras divago en la distancia del tiempo puedo considerarme un cadáver viviente que va descontando día a día el tiempo que le falta para agotar su crédito. Uno puede imaginarse como un ser vivo que construye su historia todos los días, con hechos pequeños, insignificantes.
Tal vez la verdad se halle en la intersección entre ambas visiones o tal vez no. Comencé mis días muy de madrugada sin la menor idea de lo que me estaba por ocurrir, en una familia procreada por un sastre y una abnegada ama de casa.
Desde entonces empecé a hacer ficción. Pero la ficción se hace con la realidad, los hechos se mezclan, se procesan, se dan vuelta, se copian de vidas propias y ajenas. Son hechos reales, que la posibilidad de la ficción convierte en una sola verdad, o una sola mentira.
Hoy me siento yo, y por supuesto que voy a vivir menos años de los que ya viví, aunque cuantitativamente el número no cierre.
“Confieso que he vivido”, le leía alguna vez a un escritor; pero en mi caso a lo mejor ni he vivido. Estoy porque estoy y nada más.
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