No es de ahora, sino de hace tiempo. Y les cuento que, entre la chamba, hospitales, felicidades y tristezas del acontecer diario del país, me he dado cuenta – y creo la mayoría lo hemos percibido – de la existencia de un patrón en cada suceso importante en México.
Cuando se sucede una tragedia dentro de nuestra sociedad, o evento político-económico, llámese cualquier reforma, la tragedia de la guardería, las matanzas de estado, el asesinato de Paulina, lo de los normalistas Etc., nos hace sentir tan agraviados que hasta llegamos a pensar:
“Ahora sí esta vez se pasaron de la raya. En esta sí va haber consecuencias, ¡A güevo!; y si no me cae que yo mismo ahora sí por primera vez me voy a sumar al primer movimiento revolucionario que se arme. ¡No se la van acabar!
Pero, ¿Saben qué?, al final de cuentas resulta que las consecuencias son las mismas de siempre:
1- Se arma el escándalo.
2.- La gente se irrita y sale a las calles con pancartas.
3.- Llueven reclamos a la autoridad.
4.- Salen políticos diciendo “llegaremos hasta las últimas consecuencias”.
5.- El escándalo llega a con los diputados
6.- Allí en el congreso se forman “comités de la verdad” o “instancias investigadoras especiales”.
7.- Se politiza el asunto, se echan la culpa entre los partidos y se piden cabezas.
8.- Para entonces esto ya se discutió un chingo de veces y los feisbuqueros opina, hacen alardes, se sienten los protagonistas.
9.- Detienen al presunto culpable y arraigan a la esposa
9.- Se arma otro escándalo nuevo de otra chingadera.
10.- Nos olvidamos de la anterior y comenzamos a hacerla de tos por el escándalo nuevo. Y así sucesivamente.
Ahora mi pregunta es: ¿De esto quién tiene la culpa? ¿El político que ya conoce el proceso y se aprovecha de eso? ¿O nosotros que hasta para nuestras revoluciones sociales obedecemos modas?
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