JALA / IXTLÁN.
Provenientes de la región de La Meseta de Juanacatlán, María Solís, Rosario Seméjar y Joaquín Ahumada —éste último, hijo de la segunda de ellas—, ven pasar las horas esperando el arribo de algún cliente; de un hombre o mujer, niño, joven o adulto que les compre cuando menos una bolsa de duraznos.
Apostados sobre la acera oriente de la calle Allende esquina con avenida Hidalgo —en pleno corazón de Ixtlán—, María, Rosario y Joaquín expenden sus bolsas de duraznos no precisamente porque su venta represente alguna ganancia, sino simplemente para recuperar los gastos que se invirtieron para su traslado de La Meseta a esta ciudad.
Esta es la temporada en que se cosecha el durazno criollo, el original, el que empezaron a cultivar sus padres, sus abuelos o bisabuelos; “la producción del durazno diamante ya pasó, ahora estamos con el criollo”, afirma Joaquín.
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Sin embargo, con mucho pesar comenta que la producción del durazno criollo está bastante escasa. “Casi no hay —señala—; ya tenemos varios años que no se cosecha mucho”.
Ellos venden el producto de acuerdo al peso o medida; pero María explica que el kilo se cotiza normalmente a 45 pesos, “pero si alguien nos compra dos kilos se los dejamos en 80”, afirma.
El asunto es que, además de que la producción no es abundante, estos vendedores se lamentan también de la escasez de clientes, “a lo mejor se les hace caro, pero pos´ no podemos darlo más barato”, señala doña Rosario.
Mientras tanto ellos le siguen haciendo la luchita, y aunque a veces no saquen ni siquiera los gastos de traslado, “al menos podemos entretenernos un poquito aquí en Ixtlán”, señala Joaquín, evidentemente resignado.
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