Entre pasillos y el bullicio de la gente que se dirigía de un lado a otro traspasamos la frontera. El reloj marcaba las 9:20 de la mañana cuando emprendimos el camino rumbo a Los Ángeles, tras haber aterrizado en Tijuana. Las ocurrencias de Yael y del pequeño “Pollo” hicieron más agradable el camino.
Una especie de Combi nos adentró por entre las calles de San Isidro para luego tomar el Freeway, hasta llegar a San Diego. “Me quedaré dos o tres horas aquí. Los veo al rato allá en Los Ángeles”, le dije a mis compañeros de viaje. Era menester realizar un alto para saludar y conversar con Bethy, la mujer que le donó un riñón a mi esposa.
Ella –sin el afán de pecar de adulador– es una persona fuera de serie en toda la extensión de la palabra, y jamás podremos pagarle tantos y tantos favores que le ha hecho a mi familia, pero por encima de todo pongo ese gesto que abrazaron su esposo Ramón y ella y que, aún sin conocerlos físicamente –solamente por Internet– dispusieron realizar esta obra, por altruismo, por humanismo desprendiéndose hasta de sus propios bienes.
La combi detuvo su marcha en una gasolinera. Fue en ese punto donde se suscitó el encuentro entre Bethy y un servidor. Dos años antes había partido de Ahuacatlán hacia San Diego para reincorporarse a su mundo, aquel que empezó a vivir 30 años atrás y que dejó durante 24 meses solo para cumplir con esa misión, es decir donar uno de sus riñones a mi esposa.
Con un efusivo abrazo rubricamos el reencuentro para luego disponernos a platicar; pero las condiciones y algunas circunstancias imprevistas impidieron que dialogáramos por más tiempo. Ella misma pagó un “Uber” para que continuara mi camino hacia Los Ángeles.
Absorto en aquel monstruo de carreteras, edificios, anuncios en inglés y los freeways, llegué al destino trazado: 0000 E, 78th St. Z.C. 90001, en Los Ángeles. Ahí me esperaban ya mis compañeros, junto con Paty y Junior, los anfitriones, a quienes desde este espacio les agradezco infinitamente sus atenciones y su hospitalidad.
El olor a carne asada alborotó mi apetito, ¡Qué carne tan deliciosa!, más aún cuando se acompaña con esas aguas amargosas cuyo nombre desconozco. Dejé de lado dietas y recomendaciones médicas para disfrutar esos momentos. Pláticas amenas, rica comida….y lo demás, ¡Uff!
El tiempo pasó volando, hasta que llegó la hora de reposar. No ocupé ni el clonazepan para conciliar el sueño; además habría que prepararse para el dia siguiente y continuar con el itinerario: Visita a algún centro comercial y por la tarde viajar hacia Corona, perteneciente al condado de Riverside….CONTINUARÁ.
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