Eran las nueve treinta de la mañana cuando recibo mensajes en el móvil y por inbox de Facebook, la noticia de que Rigoberto había fallecido. Me quedé quieto por breves segundos y pronto me llegaron las imágenes del amigo. Días antes el maestro Pablo Torres me dijo que lo visitó y lo encontraba delicado de salud; su hermano Josafat lo confirmaba cuando preguntaba por él.
El profesor Aurelio Rigoberto Altamirano Rivera tendría unos 68 años, jubilado ya de hace más de quince años en un lugar especial que fue el estado de Sinaloa, en el municipio de El Fuerte.
Formaba parte de una familia de músicos de aquella orquesta de su padre y tíos “Los hermanos Altamirano”. Egresado de la Normal de Ciudad Guzmán, quizás de la generación del maestro Pedro Roberto Velazco. Lo conocí y tuvimos la relación de compañeros a finales de los años setentas.
Éramos cómplices de cortejar a dos damas que eran primas, apellidadas Lara y Ruiz. Allí sentados en una de las bancas blancas, esperábamos o nos despedíamos de las chicas. En ese tiempo su enamorada le encontraba parecido a uno de los hermanos Gibb, a Barry, del grupo musical australiano Bee Gees, y cuando se ausentaba Rigo, la mujer se derretía por el profesor que portaba cabellera larga y barba por el mismo estilo.
Aparte de su profesión, le gustaba organizar ligas de futbol infantil y juvenil en su municipio de labores y en vacaciones estaba en cada lugar de la ciudad, pero ya cuando cumplió su tiempo de docente, radicó en su pueblo.
Lo podíamos ver y saludar en el Llano con un kilo de plátanos en compañía de amigos futbolistas; en un mitin de Andrés Manuel López Obrador en la plaza Eulogio Parra; en asambleas culturales y uno de los fundadores del Comité Ciudadano de Ecomuseo como parte de las actividades de preservación de monumentos históricos.
Se le veía repartir volantes para eventos o quitar anuncios impresos de los pilares del centro histórico. En los festejos del Cincuentenario de la primera generación de la secundaria Amado Nervo en ese bello local de la Zaragoza y 5 de Mayo. Recorrer las calles visitando amigos como su colega Ernesto Parra y Juan Manuel Ávalos.
Tenía un muro en Facebook para manifestarse y proponer planes de gobierno, obra pública y sobre todo un encarnizado defensor del cerro de Cristo Rey ante el abandono e indolencia de las autoridades, propuso en compañía de los maestros Pablo Balbuena y Fidencio Mojarro una organización ciudadana que pugnara por declarar reserva ecológica a nuestro cerro emblemático.
Se presentó el proyecto integral a cabildo. Se molestaba por la cultura del desinterés y que un local tan formidable fuera un espacio deshabitado las instalaciones o el caserón de lo que fue campamento de la SAHOP, entre Allende y Zaragoza. Era urgente que se rehabilitara para que allí fuera un excelso museo regional. Defensor de las causas apremiantes, quedaba inquieto ante tanto rezago urbanístico.
De pronto tuvo problemas para caminar, ya no se le veía conversando con amigos comerciantes de la Avenida Hidalgo. Salía poco y caminaba despacio, con una característica en su vestimenta, portando un sombrero tipo costeño. Su figura alicaída que extrañamos y ya no salía. Recurrió a tratamientos que su cuerpo débil no pudo responder.
Amigos expresan el pesar en las fotografías del recuerdo en las estelas escritas en la red social, que se van llenando de comentarios de gente que lo conoció y especialmente de integrantes del Ecomuseo.
El velatorio es en funerales López y su misa de cuerpo presente en la tarde del martes en la iglesia Santo Santiago rodeado de sus seres queridos y amistades. Queda su recuerdo perdurable del amigo “plop”, cuando terminaba un comentario. Noches y días de lluvia en este 4 de septiembre, son tiempos tristes.
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