FRANCISCO JAVIER NIEVES AGUILAR.
La vida se mide por etapas, no solo en el sentido del crecimiento humano, sino en las experiencias que nos van marcando, en los recuerdos que se aferran a la memoria con una mezcla de dulzura y melancolía.
La Cuaresma es una de esas etapas que, a pesar del tiempo y los cambios, sigue resonando en el corazón de quienes la han vivido con intensidad.
Este miércoles inicia un nuevo ciclo cuaresmal, que culminará con la llegada del Domingo de Ramos.
Se dice que es un tiempo de reflexión, de introspección, un recordatorio de nuestra fragilidad: polvo somos y en polvo nos convertiremos.
Algunos adoptan penitencias como el ayuno de carnes rojas los viernes o la abstinencia de alcohol durante toda la temporada.
Otros encuentran en la gastronomía un refugio, cocinando platillos tradicionales, muchos de ellos a base de mariscos, y disfrutando de la emblemática capirotada. Sin embargo, estas delicias no siempre estuvieron al alcance de todos.
Los recuerdos de mi infancia me llevan a una Cuaresma distinta, sencilla pero intensa en emociones.
Mientras en algunas casas el olor de los mariscos inundaba los espacios, en la nuestra el sustento eran nopales, aquellos que nosotros mismos cortábamos en el cerro.
En los días de suerte, mi madre nos preparaba un humilde guiso de chícharos o calabazas tiernas, cocidas en agua.
La capirotada, ese manjar de la temporada, llegaba a nuestra mesa en contadas ocasiones, convirtiéndose en un verdadero festín cuando sucedía.
La Cuaresma también traía consigo el anhelo de los días de calor, de las escapadas familiares a playas y albercas.
Pero esas diversiones tampoco fueron parte de mi infancia. Nuestra playa era el río, nuestro balneario el canal. Y a pesar de todo, éramos felices.
No conocíamos la malicia, no sabíamos de lo que carecíamos, solo vivíamos el momento, disfrutando de cada chapuzón, de cada risa compartida en la orilla del agua.
Los tiempos han cambiado. Hoy, la oferta culinaria de la Cuaresma es más amplia, las posibilidades son distintas.
Pero la vida sigue girando, y en su danza caprichosa nos muestra días radiantes y otros envueltos en sombras. Así es el destino, a veces generoso, a veces inclemente. Sea por Dios.
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