Hoy eché a andar pa’otro rumbo; fui a ponerle saldo a mi celular, y en el camino el taxista me platicó que andaba bien crudo. Seguramente su instinto le aconsejó que yo era de fiar.
· ¿Aquí donde habrá menudo colorado?, me preguntó.
· ¿No eres de aquí? – le pregunté.
· Sí, pero ya he preguntado en varios lugares y no encuentro.
· ¡Ah!, tan bien que le cai a uno cuando anda así.
· ¿Sí verdad? – me dijo.
· Con su limoncito y su chilito, ¡Ah!
· ¡No le mueva!
· ¡Bueno, aquí me bajo¡ ¿Cuánto es?
· ¡Treinta pesos!…
· Le puse el saldo a mi celular y le di hacia la Marina, pues por aquel lado vive mi hermana.
Sin embargo, después me desvié hacia el «Rio Chiquito», pues recordé cuando nos robábamos las jícamas. “Voy a ver que tanto ha cambiado todo”, me dije.
Y mientras caminaba también recordé cuando nos robábamos las fresas y las limas, y luego los camotes; los camotes nos los robábamos en la noche, y las limas también.
Éramos muy cautelosos y los perros nunca nos ladraron de más, pocos ladridos que no alcanzaban a alertar a los propietarios.
No obstante, lo que recuerdo más, y tengo bien presente, es aquel día que nos persiguieron cuando nos robamos las jícamas.
Fue una tarde; e íbamos con las patas arrastrando, cansados de nadar y chapotear en aquel tanque que se desfondó e inundó la noria. Algunos han de recordar, se ahogaron algunas personas; aquel tanque que se encontraba cerca de unos lavaderos; pero esa es otra historia.
Aquel día, como digo, íbamos cansados de nadar, y seguramente hambrientos también, ¿Por qué pues se nos antojaron las jícamas?,” ¡Vamos agarrando unas, total ahí están, y no se ve nadie que las cuide”, alguien dijo.
Dicho y hecho, nos metimos, éramos cuatro; cruzamos el alambrado del camino y nos concentramos en desenterrar las que podíamos cargar en nuestras manos.
En esas estábamos cuando de pronto escuchamos un silbido. Inmediatamente corrimos hacia el alambrado; algunos lo cruzamos sin ninguna novedad pero otros dejamos parte del pantalón y la camisa en las púas. Las jícamas no las soltamos.
Creímos que ahí paraba la cosa, pensamos que el dueño se iba a contentar con ver que habíamos salido de su terreno; sin embargo, lo vimos que corrió hacia nosotros; le metimos velocidad a nuestros pies, pero el dueño armó mucho escándalo con su chifladera que llamó la atención de los otros agricultores.
Se pegó en la persecución el de los camotes y el de las fresas, y sentíamos que traíamos un contingente pisándonos los talones. Preferimos mejor aligerar la carga y tiramos las jícamas.
No nos dieron alcance, si no, más grabado estuviera en mi mente aquel suceso; pasamos corriendo como animas que llevaba el diablo debajo de una enorme higuera. Luego cruzamos el río y seguimos corriendo por la orilla. Nos internamos en las primeras casas y cada quien se perdió entre las calles Ortiz, Marina y la calle Justo Barajas, donde vivía su servidor…
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